26.8.13

Sobre el proceso para llegar a la imagen

Sobre la construcción de imágenes y los procesos creativos en la pintura.
Me interesa enfocarme en lo que realmente ocurre cuando construimos una imagen en la tela o papel. Hago énfasis en lo que "realmente ocurre" porque a cada paso me encuentro con prejuicios e ideas misteriosas sobre lo que realmente hacemos cuando pintamos que me parece necesario tratar de abordar como pintora; creo que esto reafirmará o desestabilizará mi pintura y por consiguiente me encaminará mejor. Me refiero al camino del proceso psicológico, mental, de la pintura. Me parece importante hacer consciente mi proceso por otra razón que la producción de obra: la pedagógica, es decir, para enseñar a pintar de manera que sea fiel a lo que yo sé que ocurre cuando pinto.  En otra palabras, quiero desarrollar mis propias ideas sobre lo que es pintar, sobre lo que es la intuición, la creatividad y el talento, para tenerlas como marco cuando pinto y cuando enseño. Estaría de acuerdo que es imposible enseñar a ser creativos, sin embargo me parece que lo que sí se puede hacer es despejar prejuicios.

"Cuando se pinta, se pinta lo que uno imagina" o "La pintura muestra lo que el pintor imaginó".
No creo que eso sea cierto, por lo menos no de manera fundamental. Primero que nada porque en su gran mayoría, pintamos convenciones, es decir, pintamos lo que se ha incorporado como conocimiento plástico, recuerdos de imágenes y técnicas. Me refiero a la pintura figurativa, y a la que no es realista o naturalista, la que no se copia directamente ni del mundo real ni de fotografía. Y es que existe un código para representar el mundo tridimensional en dos planos que tenemos más o menos aprendido que automáticamente usamos para lograr que lo que queda plasmado en la tela o papel, sea reconocible e interpretable por otros. Ateniéndonos a ese código organizamos elementos en la tela de manera que queden en situaciones que aunque puedan ser imposibles son igualmente entendibles y asociables a cosas fuera del cuadro, tal cual funcionan las metáforas. Pero las imágenes que elijo cuando pinto pueden ser resultado del proceso de resolver problemas cuando pinto y no necesariamente de algo que imaginé, sobretodo cuando esa es precisamente mi intensión. Entonces, sólo podríamos decir que pinté lo que imaginé si efectivamente lo confirmo con mis palabras, o podemos decirlo de un pintor cuando él mismo lo confirma, pero no debemos darlo por sentado simplemente porque el cuadro se ve fantasioso. El espectador no está en condiciones de saber qué imaginó una pintora, es decir, cómo estaba esa imagen en su cabeza, por lo tanto no puede saber lo mucho o poco que difiere una imaginación de su realización. Si pienso por ejemplo que voy a pintar una mujer volando. ¿Qué tanto de esa idea, o más bien, qué aspectos de esa idea quedaron plasmados en la tela una vez que termino mi cuadro de la mujer volando? Eso sólo lo sabe el que lo pintó. Enfatizo este punto porque me parece que decir que se pintó lo que salió de la imaginación es simplificar el proceso y mistificarlo, ocultando lo que sí es verdad sobre el proceso. Esto tiene consecuencias para los pintores en formación que no deben esperar que la obra "surja" misteriosamente en su imaginación; y consecuencias para los maestros que no deben perpetuar este tipo de ideas que pueden frustrar los temperamentos más racionales.

Con la fotografía podemos hacer una transferencia del mundo tridimensional a una superficie bidimensional apretando un botón, y luego usar esa imagen como modelo para copiar a escala en un cuadro, proyectándolo, o haciendo una transferencia con una cuadrícula. Se pueden hacer todo tipo de bosquejos de composición, resolución de problemas, etc, en un programa de computador de manera que toda la imagen se construya mirándola, es decir, probando y corrigiendo digitalmente. Sin duda que es una ayuda enorme a la previsualización de la idea, la cual no dista mucho de lo que es necesario hacer cuando componemos una imagen con pinceles, y en ese sentido es un proceso tan complejo como pintar la imagen. Sólo que a mil por hora.

Mi punto es que lo que podemos imaginar de antemano, lo que podemos pensar y visualizar en nuestra mente, constituye sólo una parte de lo que el cuadro termina siendo. En otras palabras, al ver el cuadro terminado, o verlo cuando lo estamos construyendo, con nuestros ojos de nuestro cuerpo, éste dista muchísimo de lo que pudimos imaginar de él antes de que lo empezáramos a pintar. Y no me refiero a que por falta de experiencia o talento no seamos capaces de llevar a cabo el cuadro imaginado a la tela, mi punto es que imaginar no es ver. Ver involucra nuestro aparato de visión, y es con este aparato que construimos la imagen. Si además definimos a la pintura como forma por color, el color es de las cosas más difíciles de imaginar, y puede ser que yo tenga una particular incapacidad pero nunca he podido imaginar el color de un cuadro. Puedo pensar que lo quiero hacer en azules y verdes y rojos, pero de todos modos voy a tener que decidirme por exactamente qué azul cuando lo vea puesto en el cuadro.
Lo que ocurre cuando hago un dibujo o una pintura no es una traslación de una visión interna, de una imagen que estaba en algún lugar de mi mente, de manera estática y con lujo de detalles. Si es que imagino una imagen, esta está en calidad de bosquejo, sin color ni textura, ni color como lo percibo por mis ojos.
Podemos tener como objetivo que de nuestra pintura lo que importe sea la idea. Pero luego tenemos que resignarnos a que durante la manufacturación, en el trazo y el color aplicado y relacionado, vamos a tener que tomar la mayor parte de las decisiones. El trabajo así, sin tanta planeación, o más bien, asumiendo que no se puede planear mucho, va a implicar tener que enfrentarnos con lo desconocido acercándonos más a manejar las ocurrencias espontáneas dirigiéndolas hacia un objetivo que no está definido, no exactamente como buscar cualquier cosa, sino a buscar algo que sirva de metáfora para una pregunta, es decir, la presentación de un cuestionamiento. Esto por supuesto, no es exclusivo de la pintura de lo fantástico y puede ser la intensión de una obra fotográfica, una película y cualquier otra forma de arte. El método para llegar a ese cuestionamiento es al que me quiero referir aquí, y no al tema.
A veces se relacionan las imágenes fantásticas con los sueños, y este es también una generalización que se desvía del entendimiento del proceso creativo. Claro que es factible pintar un sueño, pero cuando se habla de pintar los sueños es similar a pintar de memoria un paisaje o una persona. En los sueños las imágenes pueden tener un alto grado de detalle que sí podríamos tratar de pintar y tendríamos que hacer una traducción al plano, tal cual hacemos cuando retratamos de la realidad, usando los códigos de la pintura clásica. Igualmente que cuando soñamos con texturas y superficies planas, la memoria estará jugando un rol distorsionador y que hará que finalmente la imagen plasmada diste mucho de lo experimentado en sueños. Aún así, la gran diferencia radica en que pintar lo soñado es una traducción, de algo conocido, y no una invención hacia algo nuevo para una misma.

Para terminar de ilustrar el hecho de que una definición de lo fantástico basado en la imaginación no es suficiente, podemos tratar de averiguar cuántos detalles del cuadro podemos efectivamente resolver en la imaginación. Se puede hacer un ejercicio muy simple: cerrar los ojos e imaginar a una mujer volando, para determinar qué podemos rescatar de esa imagen imaginada que efectivamente podamos llevar a la tela. Tenemos los siguientes asuntos transportables o traducibles tal cual los imaginamos: la mujer lleva los brazos hacia los lados como alas desplegadas, la vista de ella es desde arriba es decir veo su espalda y su cuerpo forma una T. Lleva un vestido verde con lunares blancos y el fondo es también verde, como un campo labrado. Ella mira hacia un lado, veo su perfil, tiene los ojos cerrados, el pelo suelto y forma una espiral. Y así sucesivamente. Ahora pintemos el cuadro. De verdad. Y ahora preguntémonos, mirando el cuadro terminado, ¿qué tanto se parece a lo imaginado? ¿Se ve igual? La respuesta honesta será que no. Y sin embargo hay que conceder que mucho de este cuadro sí estaba en nuestra imaginación: esas son las ideas. Es así que podemos decir que lo que podemos imaginar antes de hacer el cuadro es la idea, concretamente, asuntos semánticos, de composición, de organización e incluso algunos asuntos sintácticos como color y textura aunque en grado mucho menos preciso. Con esos elementos podemos tener el tema y todo lo que nos importa retratar en la imagen. Si eso fuese lo que persigo cuando pinto entonces sí, efectivamente, estaría pintando lo que imaginé. Pero si lo que buscamos es el efecto del color y las figuras, de una manera nunca vistas o imaginadas, es decir, si busco la experiencia que produce ver una imagen nunca vista, y no hablo de la experiencia de reconocer una idea, entonces no estamos buscando hacer coincidir perfectamente una idea con una realización, sino que buscamos producir una experiencia más amplia, que incluya sensaciones desconocidas, entonces no estamos buscando pintar lo que imaginamos.

Entonces existirán pintores que tratan de planear lo más posible de antemano su imagen, precisamente para no encontrar sorpresas indeseables que se pudieron resolver antes de pintar y de esta manera controlar la idea visual; y en el otro extremo, están los que van buscando la imagen mientras la pintan, porque lo que buscan es una experiencia visual. Y esa no se puede imaginar. Me imagino que algunos pensarán que sí se puede, pero a esos los reto a que imaginen la experiencia, la pinten, y luego me digan qué tanto se parece a lo imaginado.

Me quiero referir al modo de producir imágenes hallándolas mientras se pinta porque en general se piensa que esta manera de pintar es menos efectiva que la de planear. Pero esto va a depender de lo que buscamos cuando pintamos. Podemos ver ahora que esta idea se deriva de otra que dice así: es posible materializar lo que imaginamos en un alto grado de fidelidad y que todo basta con tener definida la idea. Tansey sería un ejemplo y uno al extremo junto a la ilustración. Por otro lado, si construimos la imagen con decisiones que tomamos mientras experimentamos plásticamente, entonces tenemos a una pintura como la de Bacon.

¿A dónde voy con toda esta perorata? Creo que lo que estoy poniendo en la mesa son estos dos procesos creativos como caminos que podemos tomar al pintar. En el camino de la planeación, se hacen bosquejos para visualizar la idea a la cual se le da muchas vueltas en la cabeza, buscando metáforas y relaciones en la cultura y el arte para darle forma a la imagen. Se trata de buscar posibilidades para mostrar de manera visual algún aspecto de la vida, un mensaje, hacer crítica, ironizar, etc. En el otro extremo está el proceso más espontáneo de encontrar la imagen por medio de rescatarla de un caos. En este segundo proceso se piensa mientras se pinta y en el primero se ejecuta lo pensado. Es tentador decir que nada es tan blanco y negro y luego decir que los dos procesos están presentes cuando se pinta, sólo que uno de manera más fundamental que el otro. Lo que sí es cierto es que cuando se busca la imagen pintándola, también ocurre un proceso de edición, corrección, selección, etc, que puede o no ir quedando registrado en la imagen. Igualmente para esta imagen se puede llegar a un nivel de detalle y precisión, igualmente se puede llegar a encontrar un mensaje, aunque tal vez más elíptico. En el escenario calculado, la ejecución de la idea tendrá muchos asuntos que resolver en cuanto a detalles. Lo que me ocurre con este modo de pintar tan planeado es que el proceso de pintar no tiene el carácter de un descubrimiento sino más bien el de una operación funcional.

En lo personal me acomoda el proceso de descubrir imágenes en las manchas porque el pintar se une a la experiencia única e irrepetible de cada momento y queda una muestra, un testigo de un proceso que fue del caos y lo desconocido, a una forma o formas que son metáforas de un vislumbre, de una iluminación, como un objeto mediador entre mi realidad y lo que desconozco. Me gusta la pintura como un ejercicio de rescate de algo valioso, una revelación, no necesariamente de algo bello o armonioso, pero sí significativo para mí, y en ese sentido la experiencia de pintar con este método es casi tan importante como la imagen. Tiene resonancia a rito, a experiencia religiosa o psicodélica, y sí, como de temperamento adictivo. Es el espíritu dionisiaco, como dirían los entendidos en historia, del que se deja caer en las profundidades de la mente (no diré alma) donde la pintura es metáfora, acto simbólico, de un viaje a lo desconocido que es nuestra condición humana.
La imagen que se planea y que obedece a un código no nos asombra de la misma manera cuando está terminada. No es, en su manufactura, un testigo o huella de un recorrido que fue del caos a un descubrimiento o se dejó convencer por un cliché, ese es el riesgo. La pintura planeada no es un hallazgo del ojo, es más bien un hallazgo de la mente. Todo ocurrió silenciosamente, sin mucha lucha con los materiales, sin batallar ni ensuciarse. Sin duda una opción apolínea. Es más, ese es el atractivo del proceso calculado sigilosamente, la limpieza y pulcritud de su ejecución, la creación lógica y ordenada.
Me gusta la pintura como metáfora de la vida entendida como una continuidad caótica y sin sentido, intercalada con momentos de significación y claridad de intensión, momentos en los cuales interpretamos lo que vemos de manera que tiene sentido para nosotros; sentido que no es otro que el de perfeccionarnos en las relaciones, para por lo menos controlar el dolor provocado por nosotros mismos. Un pensamiento budista quizás, yo diría práctico.
Entiendo que la pintura tiene la capacidad de ser artefacto, de ser mediadora, de comunicar una idea o varias y establecer un vínculo con el espectador sobre la base de una pretensión de trasmisión controlada. El proceso espontáneo y caótico que busca algo incierto dentro de la pintura, por otro lado, resulta en una pintura críptica, a menudo más perturbadora que agradable. Es por esto que dentro de esa incomodidad busco dejar también lo mejor de mí como ser humano, y en ese sentido es que creo que mi pintura se acerca al espectador, en lo que hay de armonioso y cultivado, en lo civilizado y doblegado que queda el caos inicial de las manchas, en la evidencia de una elección por la edición de lo excesivamente ruidoso, en la armonía de colores y el balance en la composición está la presencia de una jerarquía de valores humanos que gana sobre las condiciones que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad y total desconocimiento del universo, que a veces se perciben como sin sentido y en momentos hasta terroríficas.
¿Cómo podría representar mejor este predicamento humano en la pintura que con el recorrido mismo desde la incertidumbre hasta el hallazgo de una verdad? La pintura acá abajo es un buen ejemplo de ese recorrido desde las manchas hasta una imagen figurativa que es metáfora un poco chistosa de esa misma búsqueda que es el proceso creativo para llegar a la imagen que se arma de manchas sin sentido que van cayendo a una superficie. "La verdad está en la mancha" podría llamarse esta pintura.



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