26.8.13

Sobre el proceso para llegar a la imagen

Sobre la construcción de imágenes y los procesos creativos en la pintura.
Me interesa enfocarme en lo que realmente ocurre cuando construimos una imagen en la tela o papel. Hago énfasis en lo que "realmente ocurre" porque a cada paso me encuentro con prejuicios e ideas misteriosas sobre lo que realmente hacemos cuando pintamos que me parece necesario tratar de abordar como pintora; creo que esto reafirmará o desestabilizará mi pintura y por consiguiente me encaminará mejor. Me refiero al camino del proceso psicológico, mental, de la pintura. Me parece importante hacer consciente mi proceso por otra razón que la producción de obra: la pedagógica, es decir, para enseñar a pintar de manera que sea fiel a lo que yo sé que ocurre cuando pinto.  En otra palabras, quiero desarrollar mis propias ideas sobre lo que es pintar, sobre lo que es la intuición, la creatividad y el talento, para tenerlas como marco cuando pinto y cuando enseño. Estaría de acuerdo que es imposible enseñar a ser creativos, sin embargo me parece que lo que sí se puede hacer es despejar prejuicios.

"Cuando se pinta, se pinta lo que uno imagina" o "La pintura muestra lo que el pintor imaginó".
No creo que eso sea cierto, por lo menos no de manera fundamental. Primero que nada porque en su gran mayoría, pintamos convenciones, es decir, pintamos lo que se ha incorporado como conocimiento plástico, recuerdos de imágenes y técnicas. Me refiero a la pintura figurativa, y a la que no es realista o naturalista, la que no se copia directamente ni del mundo real ni de fotografía. Y es que existe un código para representar el mundo tridimensional en dos planos que tenemos más o menos aprendido que automáticamente usamos para lograr que lo que queda plasmado en la tela o papel, sea reconocible e interpretable por otros. Ateniéndonos a ese código organizamos elementos en la tela de manera que queden en situaciones que aunque puedan ser imposibles son igualmente entendibles y asociables a cosas fuera del cuadro, tal cual funcionan las metáforas. Pero las imágenes que elijo cuando pinto pueden ser resultado del proceso de resolver problemas cuando pinto y no necesariamente de algo que imaginé, sobretodo cuando esa es precisamente mi intensión. Entonces, sólo podríamos decir que pinté lo que imaginé si efectivamente lo confirmo con mis palabras, o podemos decirlo de un pintor cuando él mismo lo confirma, pero no debemos darlo por sentado simplemente porque el cuadro se ve fantasioso. El espectador no está en condiciones de saber qué imaginó una pintora, es decir, cómo estaba esa imagen en su cabeza, por lo tanto no puede saber lo mucho o poco que difiere una imaginación de su realización. Si pienso por ejemplo que voy a pintar una mujer volando. ¿Qué tanto de esa idea, o más bien, qué aspectos de esa idea quedaron plasmados en la tela una vez que termino mi cuadro de la mujer volando? Eso sólo lo sabe el que lo pintó. Enfatizo este punto porque me parece que decir que se pintó lo que salió de la imaginación es simplificar el proceso y mistificarlo, ocultando lo que sí es verdad sobre el proceso. Esto tiene consecuencias para los pintores en formación que no deben esperar que la obra "surja" misteriosamente en su imaginación; y consecuencias para los maestros que no deben perpetuar este tipo de ideas que pueden frustrar los temperamentos más racionales.

Con la fotografía podemos hacer una transferencia del mundo tridimensional a una superficie bidimensional apretando un botón, y luego usar esa imagen como modelo para copiar a escala en un cuadro, proyectándolo, o haciendo una transferencia con una cuadrícula. Se pueden hacer todo tipo de bosquejos de composición, resolución de problemas, etc, en un programa de computador de manera que toda la imagen se construya mirándola, es decir, probando y corrigiendo digitalmente. Sin duda que es una ayuda enorme a la previsualización de la idea, la cual no dista mucho de lo que es necesario hacer cuando componemos una imagen con pinceles, y en ese sentido es un proceso tan complejo como pintar la imagen. Sólo que a mil por hora.

Mi punto es que lo que podemos imaginar de antemano, lo que podemos pensar y visualizar en nuestra mente, constituye sólo una parte de lo que el cuadro termina siendo. En otras palabras, al ver el cuadro terminado, o verlo cuando lo estamos construyendo, con nuestros ojos de nuestro cuerpo, éste dista muchísimo de lo que pudimos imaginar de él antes de que lo empezáramos a pintar. Y no me refiero a que por falta de experiencia o talento no seamos capaces de llevar a cabo el cuadro imaginado a la tela, mi punto es que imaginar no es ver. Ver involucra nuestro aparato de visión, y es con este aparato que construimos la imagen. Si además definimos a la pintura como forma por color, el color es de las cosas más difíciles de imaginar, y puede ser que yo tenga una particular incapacidad pero nunca he podido imaginar el color de un cuadro. Puedo pensar que lo quiero hacer en azules y verdes y rojos, pero de todos modos voy a tener que decidirme por exactamente qué azul cuando lo vea puesto en el cuadro.
Lo que ocurre cuando hago un dibujo o una pintura no es una traslación de una visión interna, de una imagen que estaba en algún lugar de mi mente, de manera estática y con lujo de detalles. Si es que imagino una imagen, esta está en calidad de bosquejo, sin color ni textura, ni color como lo percibo por mis ojos.
Podemos tener como objetivo que de nuestra pintura lo que importe sea la idea. Pero luego tenemos que resignarnos a que durante la manufacturación, en el trazo y el color aplicado y relacionado, vamos a tener que tomar la mayor parte de las decisiones. El trabajo así, sin tanta planeación, o más bien, asumiendo que no se puede planear mucho, va a implicar tener que enfrentarnos con lo desconocido acercándonos más a manejar las ocurrencias espontáneas dirigiéndolas hacia un objetivo que no está definido, no exactamente como buscar cualquier cosa, sino a buscar algo que sirva de metáfora para una pregunta, es decir, la presentación de un cuestionamiento. Esto por supuesto, no es exclusivo de la pintura de lo fantástico y puede ser la intensión de una obra fotográfica, una película y cualquier otra forma de arte. El método para llegar a ese cuestionamiento es al que me quiero referir aquí, y no al tema.
A veces se relacionan las imágenes fantásticas con los sueños, y este es también una generalización que se desvía del entendimiento del proceso creativo. Claro que es factible pintar un sueño, pero cuando se habla de pintar los sueños es similar a pintar de memoria un paisaje o una persona. En los sueños las imágenes pueden tener un alto grado de detalle que sí podríamos tratar de pintar y tendríamos que hacer una traducción al plano, tal cual hacemos cuando retratamos de la realidad, usando los códigos de la pintura clásica. Igualmente que cuando soñamos con texturas y superficies planas, la memoria estará jugando un rol distorsionador y que hará que finalmente la imagen plasmada diste mucho de lo experimentado en sueños. Aún así, la gran diferencia radica en que pintar lo soñado es una traducción, de algo conocido, y no una invención hacia algo nuevo para una misma.

Para terminar de ilustrar el hecho de que una definición de lo fantástico basado en la imaginación no es suficiente, podemos tratar de averiguar cuántos detalles del cuadro podemos efectivamente resolver en la imaginación. Se puede hacer un ejercicio muy simple: cerrar los ojos e imaginar a una mujer volando, para determinar qué podemos rescatar de esa imagen imaginada que efectivamente podamos llevar a la tela. Tenemos los siguientes asuntos transportables o traducibles tal cual los imaginamos: la mujer lleva los brazos hacia los lados como alas desplegadas, la vista de ella es desde arriba es decir veo su espalda y su cuerpo forma una T. Lleva un vestido verde con lunares blancos y el fondo es también verde, como un campo labrado. Ella mira hacia un lado, veo su perfil, tiene los ojos cerrados, el pelo suelto y forma una espiral. Y así sucesivamente. Ahora pintemos el cuadro. De verdad. Y ahora preguntémonos, mirando el cuadro terminado, ¿qué tanto se parece a lo imaginado? ¿Se ve igual? La respuesta honesta será que no. Y sin embargo hay que conceder que mucho de este cuadro sí estaba en nuestra imaginación: esas son las ideas. Es así que podemos decir que lo que podemos imaginar antes de hacer el cuadro es la idea, concretamente, asuntos semánticos, de composición, de organización e incluso algunos asuntos sintácticos como color y textura aunque en grado mucho menos preciso. Con esos elementos podemos tener el tema y todo lo que nos importa retratar en la imagen. Si eso fuese lo que persigo cuando pinto entonces sí, efectivamente, estaría pintando lo que imaginé. Pero si lo que buscamos es el efecto del color y las figuras, de una manera nunca vistas o imaginadas, es decir, si busco la experiencia que produce ver una imagen nunca vista, y no hablo de la experiencia de reconocer una idea, entonces no estamos buscando hacer coincidir perfectamente una idea con una realización, sino que buscamos producir una experiencia más amplia, que incluya sensaciones desconocidas, entonces no estamos buscando pintar lo que imaginamos.

Entonces existirán pintores que tratan de planear lo más posible de antemano su imagen, precisamente para no encontrar sorpresas indeseables que se pudieron resolver antes de pintar y de esta manera controlar la idea visual; y en el otro extremo, están los que van buscando la imagen mientras la pintan, porque lo que buscan es una experiencia visual. Y esa no se puede imaginar. Me imagino que algunos pensarán que sí se puede, pero a esos los reto a que imaginen la experiencia, la pinten, y luego me digan qué tanto se parece a lo imaginado.

Me quiero referir al modo de producir imágenes hallándolas mientras se pinta porque en general se piensa que esta manera de pintar es menos efectiva que la de planear. Pero esto va a depender de lo que buscamos cuando pintamos. Podemos ver ahora que esta idea se deriva de otra que dice así: es posible materializar lo que imaginamos en un alto grado de fidelidad y que todo basta con tener definida la idea. Tansey sería un ejemplo y uno al extremo junto a la ilustración. Por otro lado, si construimos la imagen con decisiones que tomamos mientras experimentamos plásticamente, entonces tenemos a una pintura como la de Bacon.

¿A dónde voy con toda esta perorata? Creo que lo que estoy poniendo en la mesa son estos dos procesos creativos como caminos que podemos tomar al pintar. En el camino de la planeación, se hacen bosquejos para visualizar la idea a la cual se le da muchas vueltas en la cabeza, buscando metáforas y relaciones en la cultura y el arte para darle forma a la imagen. Se trata de buscar posibilidades para mostrar de manera visual algún aspecto de la vida, un mensaje, hacer crítica, ironizar, etc. En el otro extremo está el proceso más espontáneo de encontrar la imagen por medio de rescatarla de un caos. En este segundo proceso se piensa mientras se pinta y en el primero se ejecuta lo pensado. Es tentador decir que nada es tan blanco y negro y luego decir que los dos procesos están presentes cuando se pinta, sólo que uno de manera más fundamental que el otro. Lo que sí es cierto es que cuando se busca la imagen pintándola, también ocurre un proceso de edición, corrección, selección, etc, que puede o no ir quedando registrado en la imagen. Igualmente para esta imagen se puede llegar a un nivel de detalle y precisión, igualmente se puede llegar a encontrar un mensaje, aunque tal vez más elíptico. En el escenario calculado, la ejecución de la idea tendrá muchos asuntos que resolver en cuanto a detalles. Lo que me ocurre con este modo de pintar tan planeado es que el proceso de pintar no tiene el carácter de un descubrimiento sino más bien el de una operación funcional.

En lo personal me acomoda el proceso de descubrir imágenes en las manchas porque el pintar se une a la experiencia única e irrepetible de cada momento y queda una muestra, un testigo de un proceso que fue del caos y lo desconocido, a una forma o formas que son metáforas de un vislumbre, de una iluminación, como un objeto mediador entre mi realidad y lo que desconozco. Me gusta la pintura como un ejercicio de rescate de algo valioso, una revelación, no necesariamente de algo bello o armonioso, pero sí significativo para mí, y en ese sentido la experiencia de pintar con este método es casi tan importante como la imagen. Tiene resonancia a rito, a experiencia religiosa o psicodélica, y sí, como de temperamento adictivo. Es el espíritu dionisiaco, como dirían los entendidos en historia, del que se deja caer en las profundidades de la mente (no diré alma) donde la pintura es metáfora, acto simbólico, de un viaje a lo desconocido que es nuestra condición humana.
La imagen que se planea y que obedece a un código no nos asombra de la misma manera cuando está terminada. No es, en su manufactura, un testigo o huella de un recorrido que fue del caos a un descubrimiento o se dejó convencer por un cliché, ese es el riesgo. La pintura planeada no es un hallazgo del ojo, es más bien un hallazgo de la mente. Todo ocurrió silenciosamente, sin mucha lucha con los materiales, sin batallar ni ensuciarse. Sin duda una opción apolínea. Es más, ese es el atractivo del proceso calculado sigilosamente, la limpieza y pulcritud de su ejecución, la creación lógica y ordenada.
Me gusta la pintura como metáfora de la vida entendida como una continuidad caótica y sin sentido, intercalada con momentos de significación y claridad de intensión, momentos en los cuales interpretamos lo que vemos de manera que tiene sentido para nosotros; sentido que no es otro que el de perfeccionarnos en las relaciones, para por lo menos controlar el dolor provocado por nosotros mismos. Un pensamiento budista quizás, yo diría práctico.
Entiendo que la pintura tiene la capacidad de ser artefacto, de ser mediadora, de comunicar una idea o varias y establecer un vínculo con el espectador sobre la base de una pretensión de trasmisión controlada. El proceso espontáneo y caótico que busca algo incierto dentro de la pintura, por otro lado, resulta en una pintura críptica, a menudo más perturbadora que agradable. Es por esto que dentro de esa incomodidad busco dejar también lo mejor de mí como ser humano, y en ese sentido es que creo que mi pintura se acerca al espectador, en lo que hay de armonioso y cultivado, en lo civilizado y doblegado que queda el caos inicial de las manchas, en la evidencia de una elección por la edición de lo excesivamente ruidoso, en la armonía de colores y el balance en la composición está la presencia de una jerarquía de valores humanos que gana sobre las condiciones que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad y total desconocimiento del universo, que a veces se perciben como sin sentido y en momentos hasta terroríficas.
¿Cómo podría representar mejor este predicamento humano en la pintura que con el recorrido mismo desde la incertidumbre hasta el hallazgo de una verdad? La pintura acá abajo es un buen ejemplo de ese recorrido desde las manchas hasta una imagen figurativa que es metáfora un poco chistosa de esa misma búsqueda que es el proceso creativo para llegar a la imagen que se arma de manchas sin sentido que van cayendo a una superficie. "La verdad está en la mancha" podría llamarse esta pintura.



17.8.13

Bitácora. Proyecto 4. El ser ojo del amor.





Creo que una manera de hablar de esta pintura es diciendo que podría considerarse más cerca de la poesía que los trabajos anteriores que están más cerca de la narrativa. Invariablemente continuo haciendo asociaciones con la literatura y creo que es porque son procesos similares. La construcción de imágenes puede partir de un cuento, o puede partir de una idea menos lineal. El proceso para llegar a esta imagen sigue el recorrido desde una forma abstracta y gestual trazada en carboncillo sobre la tela con una base de color homogéneo celeste. No seguí el camino de ver cosas en las manchas sino el de ver cosas en las formas a partir de un dibujo, como se muestra en esta secuencia. En algún punto me decidí por la cara con forma de ojo que es un órgano de amor. Un ser que es ojo, o un ojo que es ser que ve y al ver, ama. Amor que está en la mente, mente que se relaciona con el mundo a través del ojo. Un ser-ojo que tiene un ojo que ve con amor. La forma blanca orgánica a la izquierda es parte de este ser como animal o flor, me recuerda a algo y no sé qué es!  
La idea es trabajar las texturas y las variedades de superficies en esta pintura hasta agotarme, hasta que ya piense que no hay absolutamente nada que pueda hacerle más, por un largo tiempo. Esta pintura será mi primer experimento sobre el fin de una pintura, siguiendo disciplinariamente una premisa: este será un buen trabajo, hecho sin prisa por acabarlo. 

Terminada:
 

Bitácora. Proyecto 3. Ixchel. Para la Convocatoria Encuentro Internacional de Mujeres en el Arte, México-España, 2014.





Esta es la base para la imagen final. La idea es hacer una Ixchel pintora. Tiene por lo menos tres versiones, en tres edades, y muchas representaciones en la cultura maya. Una de ellas es como un ser feroz. Se la asocia con la maternidad, la gestación, los trabajos textiles, el amor, y la medicina. u nombre significa mujer arcoris o arcoiris grande.





La idea es trabajar posibilidades de la transgresión que quiero, en Photoshop. Ninguna me satisface. Pienso que el problema es que lo que quiero requiere demasiado detalle manual, y no lo puedo hacer en la computadora. Aún así, no siento que esté ni cerca de algo que me guste. En el siguiente paso exploraré con textiles. Peor creo que fundamentalmente estoy atrapada en esta imagen del cuerpo naturalista que trabajé con veladuras y que se ve bello pero no dice mucho. La serpiente es un chiste, no sé para qué está ahí si no va a ser feroz. Si no la quiero realista entonces esto es lo que ocurre.  

Y así quedó terminada:
 

Bitácora. Proyecto 2. Mayahuel para la pulquería Xochitl en Sta. María La Ribera..


 
La idea es hacer una mayahuel dentro de una flor para uno de los muros de La Xochitl, la pulquería que nos queda a 20 minutos caminando de Tlatelolco a la Sta. María. Es una pulquería con un techo muy alto y no tiene ninguna decoración. Irresistible. Mayahuel la trabajaré en una tela y luego la digitalizaré para resolver el asunto más gráficamente en el computador.
Mayahuel como madre proveedora, su miel es alimento, el maguey y su cuerpo unidos para darnos placer, suave embriaguez, fantástica. Conejita traviesa que sabe lo que es bueno.


Aún no me convence la idea de que su cara esté enmascarada, pero quería romper el realismo para evocar los poderes femeninos de una diosa o una heroína.

La flor rodeando a Mayahuel la hice en Photoshop. El ícono de xochitl = flor lo encontré en la imagen de un códice en la internet. El fondo amarillo es similar al de la pulquería. La imagen está lista para pasarla al muro de la pulquería, pero yo no estoy lista para hacer algo que es tradición en este país: la apropiación de los muros de abrevadero por el pintor local. Quizás con un litro de blanco  me anime la semana que viene. O un curado de guayaba.


Mientras, sigo trabajando esta tela, en su camino hacia una pintura que aún no sé cómo resolver en cuanto a fondo, a su cara, y cabeza. El trabajo del cuerpo me dejó bastante satisfecha. Trabajé por partes del cuerpo para no apurarme, es decir, con sombra natural primero sobando desde los bordes hacia la luz. Descubro una y otra vez que no me gusta el realismo, que prefiero el cuerpo plano y muy iluminado. No me gustan las sombras y por ende la mujer flota. Los recursos del naturalismo no me satisfacen porque las sombras no me interesan. O no me interesan las sombras porque no me interesa el realismo. Es igual. Hay problemas que resolver a causa de esa preferencia. Me siento un poco acorralada con este predicamento. Esta parte de este proyecto tampoco no ha terminado.






Y así quedó...



Bitácora. Retomando la pintura acrílica. Proyecto 1


Después de 3 años de trabajar con óleos, vuelvo a comenzar a pintar con acrílicos.

Excepto por ciertos prejuicios e ideas que no resultaron relevantes, el cambio a acrílicos fue bastante fácil. Un rociador ayuda para mojar la tela y pintar sobre mojado.
Estoy trabajando en 4 proyectos. Voy a tratar de poner por escrito las ideas relacionadas con el proceso creativo en cada uno, con la intensión de mantener el nivel de verbalización y teorización que llevaba en la maestría para prepararme para postular nuevamente al doctorado en arte en la UNAM. Esta vez trataré de no apoyarme en estudios de narrativa literaria, ni en la historia del arte, ni en nada ajeno a mi propia obra. Aunque no quedé en el doctorado, seguiré intentando entrar porque realmente creo que puedo aportar algo escribiendo sobre pintura además de pintando. Esta bitácora también servirá como material de trabajo para mis clases de pintura. Se vale comentar y cuestionar todo lo dicho aquí.


Para animarme a comenzar a pintar con acrílicos nuevamente me propuse una serie de pequeños formatos en papel y tela, sin presionarme demasiado sobre el resultado. En un segundo momento, es, decir, cuando ya había terminado unos tres dibujos, se me ocurrió una idea que me pareció que ayudaría también a darle una estructura para comparar técnicas: unirlos con un horizonte. La idea de relacionar la serie de dibujos inconexos me ayudó para ver una narrativa. Podría muy bien ser la historia del desarrollo de la mujer desde unos roles mágicos a la izquierda, roles maternales al medio y roles más complejos y difíciles de dilucidar a la derecha.
Sobre fondos de manchas en dos capas dibujé en carboncillo. Mi idea era retomar el tema de el camino del dibujo a la pintura, aprovechando lo rápido que uno puede diseñar figuras con un carboncillo, sin pensar mucho, siguiendo la línea decorativa, buscando personajes misteriosos que sirvieran de pretexto para probar el acrílico aplicado de la misma manera que venía aplicando el óleo en mis últimos cuadros, con veladuras.


La mujer con el bebé está en papel y el sol está sobre tela. la diferencia en cuanto a lo que se puede hacer con la textura, es enorme. El papel no se presta para acumular pintura y todo queda más plano de lo que quiero. Me doy cuenta que en la tela el acrílico me permite mucha más textura de lo que lograba en óleo. Realmente creo que nunca llegué a relajarme y ser generosa con el material cuando pinté al óleo.

Esta es la imagen que más me gusta de la serie y es en la que más trabajé. Hay varios tratamientos: el cerro está pintado con muchas pinceladas, primero los rojos, luego los verdes y finalmente hay unos lilas, sobre el fondo que era negro. Pasó algo interesante en un momento, creo que porque son colores complementarios, en donde el cerro quedó muy vivo. No tiene relación con la mujer volando ni el pollo, que tienen una tratamiento a partir de un clarooscuro que fui sobando como si fuese óleo, con sombra natural y blanco. Fue en el cileo que vi que se puede sobrar el acrílico. Fui rociando agua con el rociador cuidando que no cayeran gotas muy grandes porque echan a perder todo el esfumado. pero sí, descubrí que es posible hacer un trabajo similar a lo que permite el óleo, e incluso pude hacerlo más rápido y con más textura de lo que estaba acostumbrada. el formato pequeño creo que ayudó mucho, por supuesto.

Esta imagen me parece también interesante, la cabeza con la sombra que se desprende, otra mujer que quiere salir caminando mientras la principal parece que deja caer una joya. Nuestra mente, nuestra percepción de nosotras mismas, imaginando escisiones irreales para justificar/tratar de entender comportamientos. Esta imagen sufrió mucha corrección de color. El paisaje figurativo que no quiero que sea mimético, no quiero que sean colores convencionales de cielo, tierra y mar. Tengo que esforzarme por romper la inclinación naturalista. Quiero que las formas den cuenta de lo que no sabemos, la presencia de lo desconocido, representando la otra verdad sobre el mundo familiar que nos rodea: no sabemos porqué está aquí, porqué existe, ni para qué. Da lo mismo cuáles sean las ideas, no me importa sino se entienden, lo que quiero es que por lo menos se sienta esa sensación de extrañeza que es la que da pie a pensar más profundamente sobre la vida.

Una manera de despegarse de lo mimético en la pintura es recurrir al dibujo de personajes deformes como base. Es esencialmente una ilustración y siempre queda corta de la definición académica de pintura que visto de este modo corresponde a la construcción del cuerpo y el paisaje de manera mimética, volumétrica, naturalista. Estas son las decisiones que tengo que tomar seguido, porque naturalmente me inclino hacia el dibujo abstracto por un lado, que es donde soy más espontánea; y el otro polo, que es el trabajo pictórico con todas sus reglas y códigos, que hacen que una pintura se vea tan rica y hermosa.


La serie final la monté en Photoshop. Tuve que recurrir a mucha manipulación de color para lograr un conjunto que al final no me satisface tanto. Para trabajar así hay que tener tableta y lápiz que yo no tengo. Mi idea fue hacer un ejercicio de composición de mural y se quedó muy corto. Para ese fin no ayuda que las figuras estén cortadas en la base. Seguido hago eso, como si siempre me quedara chico el formato. Es un problema que tengo que hacer más consciente.
Remo Cesarani dice que el objeto mediador, que es la secuencia del volantín brillante a la izquierda de la imagen, es un recurso común en la literatura fantástica. Me gusta mucho esa idea del elemento con poderes que entra en escena, o como símbolo de una civilización más avanzada que la nuestra, que puede ser la nuestra pero en el futuro, o en una dimensión paralela, donde es fácil modificar el mundo material sin causar tanto daño al medio ambiente y a nosotros mismo. Un artefacto precioso, mágico y poderoso.
Creo que este ejercicio de ilustración en acrílico permitió desarrollar confianza en el medio, y hacer una especie de inventario de los recursos que manejo: cuerpo a partir de una base académica, clarooscuro, difuminado, textura con pinceladas, horizonte, tierra, cielo y mar, objetos mágicos, colores complementarios, planos y matizados, figuras deformes e híbridas.





10.8.13

Ensayo sobre el Arte fantástico de México.



Soy de la idea de que existe la necesidad de afirmar el lugar de lo fantástico en el contexto global de la producción artística porque considero que es un modo de construir imágenes con la particular virtud de ofrecer un terreno apropiado para explorar y expresar visualmente reflexiones y críticas sobre creencias y asuntos sociales.
Sin negar la existencia del fenómeno globalizador presente en el arte contemporáneo mexicano, mis estudios han estado enfocados en la pintura figurativa y local. Los motivos de este repliegue tienen que ver con las consecuencias estéticas del fenómeno posmoderno, como las explica Anthony Julius: “El mundo artístico de hoy circula una pluralidad de estética, una multiplicidad de prácticas artísticas. No existen principios acordados con los que se puedan crear y juzgar obras de arte; no existe una estética aglutinante en la que puedan refugiarse las obras y su público. Esto es una consecuencia, en parte, de la propia estética transgresora. Es, en cierto sentido, tanto una estética como una antiestética”[1].  
Como productora de imágenes, creo que existen buenas razones para matizar esta percepción generalizada de lo que es el arte contemporáneo y delinear el reducto estético que se avoca a desarrollar intuitivamente imágenes de lo posible, de lo imaginable, con lo cercano o lo íntimo. Lo fantástico se puede entender como un eje transversal a los territorios expandidos y desenfocados del arte; como una manera de “ver” la esencia de las cosas, lo trascendental, las segundas y terceras apariencias, la historia, el futuro, los símbolos, los mitos, los milagros, lo local profundo y lo individual interior. El arte fantástico de México en particular, no deja nunca de creer en ciertos valores, no sucumbe a la ironía y en vez de adherirse a la versión nihilista del posmodernismo, continúa relacionándose cercano a la realidad profunda del propio lugar.
Sabemos que los términos asociados al estudio de lo fantástico se expanden desde lo maravilloso, lo onírico, lo ominoso, lo imaginario, lo imposible, hasta lo feérico, lo extraño, lo mágico y lo numinoso[2]. Si consideramos el vasto campo de las creencias y suponemos que lo fantástico se origina en las cosmovisiones y paradigmas humanos entonces estaremos de acuerdo que no puede ser un concepto anclado en una época determinada, a diferencia de otros movimientos y períodos artísticos que son fruto de una época concreta y pueden darse por concluidos tras un tiempo prudencial. Podemos llegar a decir que no es una corriente, ni una escuela única; y tal vez podríamos aceptar que existen manifestaciones de arte fantástico en la antigüedad clásica, en el romanticismo, el simbolismo, el surrealismo, el realismo mágico, etc[3]. Habiendo acordado eso, estamos más cerca de entender que una definición únicamente histórica o incluso temática puede llegar a ser impráctica, y es por esto que quiero proponer una definición de lo fantástico en la plástica que se desprenda de la manera en que se construye la obra, de la relación entre sus componentes, o de un proceso creativo particular. Por medio del esclarecimiento de lo fantástico en las artes visuales, lo que se pretende es confirmarlo como sistema productivo, reforzando la idea de lo fantástico como un método para ordenar los elementos en una imagen.
La idea de que en lo fantástico existe un trasfondo conceptual más complejo que el mero efecto fantasioso la encontramos en el estudio que hizo Ida Rodríguez Prampolini sobre lo que ella llamó el arte fantástico de México[4] y que diferenció del surrealismo apuntando a el mensaje y el humor negro, características que luego se abrían perdido cuando, según ella, los artistas mexicanos sucumben a los encantos del surrealismo. Así las cosas, me parece importante actualizar el conocimiento que se tiene de la pintura fantástica de México desde los años setenta del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI. Interesaría confirmar si efectivamente se acabó el arte fantástico propio de México, como lo declaró Rodríguez Prampolini en 1969[5], o si de lo contrario ocurrió algo más probable: que el legado de J.G. Posada evolucionó hacia una versión contemporánea de fantasía mexicana.
Para ilustrar lo anterior elegí las obras de tres artistas contemporáneos: Francisco Toledo, Alejandro Colunga y Daniel Lezama. Para confirmar las sospechas de que su producción involucra lo fantástico, primero que nada, tuve una breve conversación con Toledo, que me fue suficiente para comprobar por lo menos un punto de la construcción de lo fantástico en su caso: el humor negro. También tuve una conversación con Daniel Lezama de un poco más de una hora donde pude comprobar que la manera en que se construye lo fantástico en su obra se relaciona con los conceptos de historia, lugar e identidad. A Colunga me fue imposible contactarlo, sin embargo encontré suficientes entrevistas publicadas que sirven para comprobar su modo de construir lo fantástico.
Estudiando las obras de estos artistas se podrá ver que la manera de lo fantástico contemporáneo está influenciada por lo pasado, pero para eso es necesaria una definición atemporal. Esto presenta un problema porque, como dice Daniel Lezama, en la actualidad en general la pintura fantástica se asocia con Boris Vallejo[6] y es muy difícil reintroducir el término en su verdadero alcance. En el ámbito literario también existe un cliché sobre esta denominación, circunscribiendo lo fantástico solamente a cuentos de dragones y doncellas, a lo que Alberto Chimal comenta que es lamentable y propone nombrar al género como “literatura de imaginación”[7]. Efectivamente fantasía se puede entender como lo que es o viene “de la imaginación en donde “imaginar algo es formarse un tipo particular de representación mental tal como percibir, recordar y creer donde imaginar a S no requiere (que el sujeto considere) que S sea o haya sido [o se piense que es] el caso, mientras los estados opuestos sí lo hacen. A veces, también se distingue de otros estados mentales tales como concebir y suponer, sobre la base de que imaginar a S requiere de un cierto tipo de representación de S que sea cuasi-sensorial o positiva, mientras que los opuestos no”[8]. Dilucidar cómo se construye S, cómo los artistas visuales presentan S, sería un objetivo en el estudio de casos, sin embargo, si partimos de las características de lo fantástico como se dio en México en la primera mitad del siglo XX, no se trata sólo de imaginación sino de una estructura que presenta un tipo de reflexión crítica.
Para ahondar sobre la manera de construirse lo fantástico, constaté que en el estudio de la narrativa literaria el concepto de lo fantástico está mucho mejor examinado. Para poder entender lo fantástico en la actualidad existe una excelente tesis de literatura latinoamericana escrita por Omar Nieto Arroyo, quien hizo un exhaustivo estudio de la narrativa literaria de lo fantástico presentándolo como un sistema[9] que se ha ido modificando desde el siglo XVIII en Europa, que es donde se funda el fantástico clásico, pasando por el fantástico moderno que rescata los conocimientos del inconsciente y los sueños, para terminar con lo posmoderno borgiano en Latinoamérica.
Estas dos perspectivas teóricas que acabo de resumir brevemente, primero la más amplia que es la literaria y luego la relativa a la historia del arte local, las propongo como bases para estudiar el arte fantástico de México en la actualidad. Es así que en el análisis de las obras de los artistas ya mencionados, Toledo, Colunga y Lezama, no me interesan las técnicas ni los materiales usados para lograr imágenes fantásticas; y desde una perspectiva más intelectual, se busca entender cómo un artista hace lo que hace sintácticamente junto con, o si es posible antes de, interpretar su obra. Se trata de averiguar si en la plástica podemos aplicar lo que ya se sabe de lo fantástico en la narrativa literaria, para lo cual es necesario rescatar lo esencial del modo de lo fantástico borgiano y encontrar paralelos plásticos en los artistas que yo sospecho que pueden presentar esas características. Lo que es interesante es que las características de lo fantástico borgiano y las del arte fantástico de México hasta los sesenta, definido por Rodríguez Prampolini, se complementan muy bien para definir lo fantástico plástico posmoderno en México.
No es mi intención desvincular lo fantástico del México contemporáneo de lo que ha ocurrido en la pintura posmoderna, como es el Neomexicanismo, por ejemplo, cuya característica posmodernista fue la estética confiscada o apropiación de la cultura visual o del arte del pasado o de las vanguardias. Este rescate de lo local de manera apropiacionista produce el simulacro de una identidad, de una historia y de un lugar, y no una innovación en la representación de estos conceptos. El Neomexicanismo exploró y usó los clichés mexicanos de identidad cultural como el machismo, el mestizaje y el indigenismo (popularizados en los cuarenta y cincuenta) para criticar un discurso de mexicanidad y nacionalismo que ya no tenía sentido en los ochenta. El Neomexicanismo, navegaba en dos aguas: la exaltación al estilo “camp” y la abierta parodia del nacionalismo glorificado[10], abriendo así un diálogo sin restricciones con los símbolos mexicanos, precolombinos y católicos, oficialistas y populares, que enriquecen el acervo imaginario de los artistas mexicanos. Esta libertad para recurrir a los mitos e íconos sagrados de México abrió la posibilidad de nuevas reconstrucciones, presentes en las obras de los artistas mencionados.
A pesar de que me estoy refiriendo a un asunto local, es interesante constatar algunas coincidencias de lo fantástico mexicano con otras manifestaciones de lo fantástico, más organizados, como es la Escuela de Viena del Realismo Fantástico. Veo posibles coincidencias porque lo fantástico también se ha explicado como una manera, en apariencia evasiva, de afrontar condiciones extremas de violencia presentes en el entorno, como es el caso de artistas de la posguerra en Europa. Un aspecto interesante de este grupo es su compromiso con las técnicas clásicas, que para mí son pieza importante para entender la resignificación de lo clásico en el arte posmoderno, como es el caso de la obra de Lezama.
Ahora, desde la perspectiva del productor emergente: el estudio teórico y la experiencia de análisis de obras de otros artistas de lo fantástico nos puede llevar a entender mejor la propia producción, de manera que nuestros discursos sobre nuestra pintura tengan maneras de insertarse en la historia de la producción plástica de lo fantástico latinoamericano. En mi caso, el entender más profundamente el sistema de lo fantástico en el que me he ubicado como productora me permite abrir líneas de investigación plástica más íntimamente relacionadas con mi propia cultura a las cuales podré aportar de manera informada. El caso es que lo fantástico es potencialmente diverso e integrador ya que no está casado con una temática. Las problemáticas que surgen de conceptos y paradigmas tan diversos como la naturaleza, la historia, el género femenino, se pueden someter a este modo constructivo originando nuevas formas de lo fantástico, ya que es simplemente una estructura para presentar confrontación de conceptos de lo conocido y lo desconocido en la pintura.
En un análisis de obras plásticas resulta muy beneficioso recurrir a un modelo conceptual surgido del estudio de la narrativa literaria producido en la región latinoamericana. Como ya mencioné, fue basándome en el sistema propuesto por Omar Nieto Arroyo en su tesis dirigida por el Dr. Lauro Zavala que pude hacer una correspondencia plástica con los tres paradigmas existentes de lo fantástico (lo fantástico clásico, lo moderno, y lo posmoderno). La premisa fue la siguiente: partiendo de una equivalencia de lo fantástico borgiano con lo fantástico posmoderno, rescaté las características esenciales del 1º para una comparación y comprobación de equivalencia plástica con tres pintores mexicanos. De esa manera llegué a concluir que existen por lo menos tres casos de artistas de lo fantástico posmoderno de México en el siglo presente. Las conclusiones que se obtuvieron a partir de las características observables en la obra de Borges aplicadas a la pintura de lo fantástico, son las que resumo a continuación:
En primer lugar, sabemos que uno de sus recursos consiste en relativizar uno de los polos que constituye el sistema de lo fantástico, ya sea lo familiar o lo sobrenatural, o bien los dos aspectos al mismo tiempo, es decir todo el sistema, desembocando así en una situación paradójica. En la literatura, la paradoja se menciona como sistema directamente relacionada con lo fantástico, pero en Borges la paradoja es solamente un fantasma, un espejismo, una simulación o un juego. Esto lo podemos ubicar en Toledo y en Colunga sin dificultad, y particularmente en Lezama, donde lo familiar y lo sobrenatural están relativizados, presentados como paradoja lúdica e irónica. En una segunda mirada enfocada en encontrar lo propio de México vemos que la paradoja apunta a una sugestión a pensar sobre la profunda realidad de esta región, su historia y sus gentes. La paradoja no es fin en sí mismo, sino instrumento de sugestión y reflexión.
Con respecto a la intertextualidad en Borges, las referencias y las citas son también simulación y muchas de las veces son internas, es decir, autorreferenciales. Por eso su intertextualidad también resulta un fantasma. A mi parecer esto es evidente en las obras plásticas estudiadas, y es precisamente eso lo que va constituyendo el estilo en los pintores que recurren a lo fantástico. En Toledo el recorrido desde la metáfora de la mujer por un animal en el Chilam Balam se convierte en cuerpos animalizados. Con Colunga cuando se trata del circo en realidad se trata de la Iglesia Católica. En Lezama sabemos que el cuerpo a veces quiere ser una bandera, con todo lo que eso puede significar. Así, el estilo es este constante recurrir a lo que ya hicimos, a la historia de lo propio e individual en lo plástico, como en un constante pulir un recurso hasta que se convierte en forma inconfundible propia y única del artista. Me parece evidente que sin esta autorreferencia no hay estilo y esta es otra característica instrumental que aporta lo fantástico a la obra de un artista visual.
En tercera instancia, según Arroyo, “los aceites que engrasan la posibilidad fantástica posmoderna son el simulacro y la ironía, pero también, y sobre todo, la creación a partir de la lectura, esto es: una re-escritura a partir de la re-lectura”. Podemos fácilmente ubicar estos aspectos en la obra de Toledo porque se retoman ahí lecturas de escritores coloniales, europeos y hasta del mismo Borges; también se recuperan la apariencia de plásticas rupestres. Mirando a Colunga, se releen las imágenes religiosas: los exvotos; y observando la obra de Lezama, se recurre a las pinturas académicas, las leyendas del valle de México y los escritos de viajeros a tierras ignotas.
Un último set de características correlacionadas en la literatura borgiana y la fantasía plástica es la parodia, el pastiche o hibridación. Lo que aporta la parodia es su capacidad de crear un nuevo sentido. Estos nuevos sentidos posibles son con Toledo: la relación con la naturaleza, que vemos en formas híbridas de cuerpos animalizados; con Colunga: la relación con la espiritualidad, que vemos en cuerpos híbridos entre personajes de circo y de la iglesia católica; y con Lezama: la relación con la identidad mexicana, en una hibridación de cuerpos y emblemas patrios. Todas estas hibridaciones no son otra cosa que metáforas plásticas para sugestionar al espectador a imaginar nuevas maneras de pensar temas profundos.
Entonces tenemos que al abstraer las características esenciales de lo fantástico enfocándonos en el aspecto constructivo encontramos que podemos resumirlas así: se trata de la presentación de una realidad alterna dentro de lo conocido o cotidiano. Cabe señalar que no estamos hablando de una síntesis de aspectos opuestos ni de ningún tipo de equilibrio de fuerzas, sino de la primacía de lo extraño sobre lo natural. En una segunda mirada más interpretativa y específica a las obras en México, comprobamos que en la manera en que se construye la imagen hay un mensaje sobre la realidad local tal como lo describió Rodríguez Prampolini y es así que se concluye la continuación del legado de tradición plástica de Posada en el arte contemporáneo con ejemplos como Toledo, Colunga y Lezama, entre otros por estudiar.
En lo que respecta a las características generales del fantástico borgiano me parece que son una gran fuente de ideas para retomar y fusionar, por ejemplo, los temas relacionados con la naturaleza, lo espiritual y la identidad en el cuerpo, y extrapolando podemos imaginar hibridaciones puramente sintácticas de lo académico pictórico con lo gráfico e ilustrativo. Se antoja repintar la estética surrealista, apegarse a la metodología alucinatoria, estando conscientes de lo paradójico que eso resulta dentro de este discurso sobre lo híper fantástico distanciado del programa de Breton. Me parece que se podría imaginar un nicho muy particular para pintar, no onírico, sino propiamente alucinado. Tal vez de los temas o inquietudes filosóficas de Borges, los que más me inspiran son, la identidad personal, y el carácter fantasmagórico, alucinatorio, del mundo. Me parece ver una analogía visual en el mecanismo de construcción para la apariencia de desfiguración de la identidad, porque en la fantasía no sólo el destruir la concepción del tiempo y del espacio nos lleva a la destrucción de la identidad; con Borges existe un camino directo para borrar las fronteras de la realidad mediante un recurso que trastoca cualquier posibilidad de fincar la Verdad como materia estable: el doble. Y yo agrego, el triple, el cuádruple y todas las demás que creemos ser. La hipótesis borgiana de que somos copias de un Dios superior que disemina incluso copias de nosotros mismos, da comienzo y forma a su fantasía. Si nos dejamos llevar a la plástica, la idea de las múltiples personalidades o fracturas, reales o inventadas de la condición de la mujer, por decir una cosa, de su personalidad e historia, pueden servir a la concepción de nuevas imágenes fantásticas.
Me parece muy valioso propagar el entendimiento de que de manera similar a como ocurre en la literatura, donde el modo fantástico se ha empleado para organizar la estructura fundamental de la representación y para transmitir, con fuerza y originalidad, experiencias inquietantes a la mente del lector[11], esta estructura tiene la virtud de acoger todo tipo de temas, desde lo más íntimo hasta lo más social. Un ejemplo es la estupenda obra del dibujante Melecio Galván[12], rica en iconografías explícitamente políticas. Otro ejemplo está en el límite natural de lo fantástico: lo abstracto. En esos umbrales “informales” lo fantástico se puede dar de forma espectral, como el caso de algunas obras de Gilberto Aceves Navarro y Germán Venegas, dos pintores que deberán incluirse en estudios adicionales de lo fantástico.
Este mecanismo de construcción de imágenes que es el sistema de lo fantástico, tiene como ejemplos a los más grandes creadores de bienes culturales de Latinoamérica, y como línea de pensamiento creativo en la pintura y literatura se caracteriza porque se plantea como un artefacto de visión que siendo ilusión abre cuestionamientos sobre lo verdadero. Concentándose en sus aspectos puramente plásticos, resguarda al pintor de desvíos filosóficos sobre la pintura o el arte que lleven a la pintura a fagocitarse a sí misma y en ese sentido es lo opuesto al anti-arte. Sobre todo, como lo dice Daniel Lezama, en esta figuración fantástica el que tiene la razón es el espectador: “lo que importa es lo que ves, no lo que pensó el artista cuando hizo la pieza”.
Por último quiero hacer referencia a una serie de artistas mexicanos que están apareciendo en Milenio TV, en el programa El milenio visto por el arte, conducido por la crítica Avelina Lesper. Independientemente de que estemos o no de acuerdo con ella sobre su crítica a la administración de los programas institucionales relativos al arte contemporáneo, la selección de pintores, me parece a mí que en su mayoría confirma esta tendencia hacia lo fantástico propio de México con ejemplos que muy bien podrían unirse a los mencionados en este ensayo: Arturo Rivera, Benjamín Domínguez, Rodrigo Cifuentes, Gustavo Monroy, Carlos Cárdenas, Sergio Garbal, Diego Narváez, Liliana Mercenario, etc., etc. Y todavía quedan muchos más por conocer y estudiar.



[1] Anthony Julius, Transgresiones, El arte como provocación, 2002, Destino, Madrid, pp.11-12.
[2] Lauro Zavala, “El sistema de lo fantástico: Una teoría paradigmática”, Seminario Permanente en Comunicación, Lenguajes y Cultura,
 http://laurozavala.info/_mgxroot/page_conferencias_teora_fantstico.html, 21/05/2011.
[3] Walter Schurian, Arte fantástico, Taschen, Alemania, 2003, p.7.
[4] Ida Rodríguez Prampolini, El surrealismo y el arte fantástico de México, México, UNAM, IIE, 1969, p.93.
[5] Ida Rodríguez Prampolini, obra citada, p.103.
[6] Entrevista de la autora a Daniel Lezama. Ver Anexo 2 de esta tesis, p. 4.
[7] http://www.lashistorias.com.mx/index.php/alberto-chimal/, 25/03/2012.
[8] http://plato.stanford.edu/entries/imagination/, 24/03/2012.
[9] Omar Nieto Arroyo, Tesis de Maestría en Letras “Del fantástico clásico al posmoderno. Un estudio sobre el sistema y evolución de lo fantástico”, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2008.
[10] Teresa Eckmann, Javier de la Garza and Alejandro Arroyo, Reevaluating signs of Identity, University of New Mexico, 2005. http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1387257, 22/08/2012.
[11] Remo Cesarani, Lo fantástico, Editorial Antonio Machado, Madrid, 2000.
[12] Lelia Driben, Catálogo Melecio Galván. El artista secreto, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México 1992.