Sobre el capítulo 2.6, “Tropos”, Alberto
Carrere y José Saborit, Retórica de la
Pintura, Cátedra, España, 2000)
La mirada semiótica es la mirada clasificadora que
estableciendo parentescos con las formas retóricas busca describir la pintura. Es una mirada que confía en el modelo del lenguaje para establecer
criterios de descripción de lo icónico. Esto lo puede hacer ubicando a la pintura
en una teoría general de la comunicación y al lenguaje al centro de toda
actividad humana.
El ejercicio de usar
el sistema de la retórica me molesta como pintora. Rechazo el lenguaje como
modelo para ver mi obra, lo que no quiere decir que no crea que se pueda usar
el lenguaje para explicar la pintura y los procesos constructivos de una imagen.
Rechazo el modelo porque me parece equivalente a usar un intérprete, un
intermediario que no he buscado y que prácticamente no conozco. De alguna
manera me invalida como la mejor vocera de mi obra, no me da espacio para
siquiera empezar a elaborar mis propias teorías sobre mi quehacer. No veo de
qué manera esta mirada contribuye a mi investigación plástica o a la producción
de un conocimiento compartible de mi producción artística y sospecho que este
ejercicio de ver la pintura desde la retórica sirve más a la retórica que a la
producción.[1]
Me parece que esta
es una mirada a la pintura como producto (no a la manera de Acha), una manera
de ver mensajes y circunscribir la imagen a un artefacto comunicativo: se
centra en su efecto en el espectador pasando por alto el sentido que tiene para
el creador. ¿De qué manera esta mirada se relaciona con la investigación
plástica en la producción? Si es una mirada de análisis que sirve más a una teoría
de crítica de arte entonces se desvía un tanto de lo que me parece más
significativo en el proceso creativo.
Si este ejercicio se
trata de reconocer las referencias en mi obra para ver qué es lo que está
“ocurriendo” en mi obra ¿de qué manera me sirve eso a mí como creadora? Digamos
que veo una cierta metáfora en mi obra, ¿y luego?... Puedo ver que un ejercicio
así me empodera para analizar la obra de un compañero, pero incluso en ese caso
¿de qué le serviría a él lo que yo describa de su pintura si no sé cuál es su
intensión en esa pintura? ¿No estaría eso en el mismo lugar de una
interpretación libre, con la única diferencia que yo estaría “respaldada” por
una teoría del lenguaje, que después de todo es la que está hoy en día
explicando todo el arte? Por esto último me parece que este ejercicio de ver
una obra desde un modelo de lenguaje sólo sirve al discurso sobre la obra, a
justificarla o enmarcarla, y en ese sentido se aleja de una metodología para
una investigación plástica hecha por creadores.
Un ejemplo: ¿De
qué manera una acumulación es cuestionamiento o parodia? ¿Debido a que acumula
cosas inconexas o cosas que nunca se habían acumulado antes, como se hacía en
el bodegón? ¿No será que una acumulación se vuelve parodia porque así lo
explicó un texto de un curador en alguna exposición de un museo importante de
tal manera que se volvió convención contemporánea la idea de que una
acumulación es cuestionamiento?
Como diseñadora en cambio, pienso que esta mirada sobre el
producto es fundamental. Es una mirada crítica de la funcionalidad de mi
producto la cual es esencial para insertarlo o usarlo en la sociedad. Mi
producto debe generar necesidad e idealmente adicción aunque paradójicamente
funciona en un contexto de corta vida: la de un producto que se rige por las
leyes de la moda para su éxito. De todas maneras, sería ideal que antes de
lanzar el producto al mercado yo tuviera una cierta seguridad en lo que
comunica mi producto, o por lo menos lo pueda explicar, idealmente basándome en
teorías que abarquen la cultura.
Meditación 1, óleo sobre papel, 69 x 96
A continuación un texto sobre esta obra partiendo de una frase
de los autores de Retórica de la Pintura: “…todo pintor figurativo adopta un punto de vista para
representar una escena, y en tanto ese punto de vista puede recuperarse por
parte del espectador, se encuentra elíptico: no está, no se le ve, no aparece
en la escena, pero sin su ‘presencia’, que todo lo organiza y condiciona, nada
tendría sentido.”
¿Cuál es el punto de vista que adopté en esta pintura? ¿Podrá
un espectador cualquiera conocer la presencia que organiza esta pintura?
En esta pintura vemos de frente a una persona meditando. Hay
presente otro punto de vista y es el de la que mira desde la esquina izquierda,
que es un autorretrato. También podríamos decir que la persona que medita que está
rodeada de formas abstractas a nivel de su cabeza está indicando lo que ella
percibe con los ojos cerrados. Como creadora de esta imagen puedo decir que el
punto de vista, pensado como punto de partida de la imagen, es uno incierto
porque todo partió de un montón de manchas sobre el papel. Sería cierto decir
que el punto de vista es pasivo y activo al mismo tiempo porque parte de una espera
de una visión que luego se edita alucinando analogías o metáforas, perífrasis o
alegorías elípticas y paradójicas.
La mujer sentada tiene en la oreja lo que parece un auricular,
un aparato para escuchar. Para mí es un viento revelador que alude a las
representaciones de la Anunciación de la Virgen según los apócrifos en donde el
“verbo” habría penetrado en María a través de la oreja al mismo tiempo que el
mensaje del ángel. Esta doctrina está presente en el catolicismo y el islamismo[2].
La postura del cuerpo de la mujer y el nombre del cuadro
aluden a la práctica budista de meditación Vipassana, una disciplina de
purificación a través de la auto-observación.
El antifaz es una alusión a una heroína de cómic, una
heroína de la cultura popular, versión moderna de una diosa, un personaje alter
ego que uso para intervenciones urbanas.
Todo esto constituye una acumulación caótica que podría ser una metáfora de poderes mentales,
por visión interna o intuición, por revelación divina, por producción de
endorfinas inducidas por una respiración consiente, por disciplina espiritual.
Esta serie de acontecimientos de carácter espiritual tiene
un testigo, una mirada desde afuera, desde otro punto de vista, representada
por el rostro en la esquina y que podría ser mi conciencia. Esta mirada acentúa
el carácter extraño y de pastiche de poderes espirituales, y por extensión es
una mirada a la situación caótica de lo espiritual en una persona, en su
cabeza, y por extensión, en el mundo porque “cada cabeza es un mundo”. El
rostro en la esquina, como en cualquier autorretrato, se trata del autor: yo
misma mirando mirándome mirar el cuadro. Otro mundo.
¿Qué tropo puede ser el
pez? Para mí puede ser el espíritu de todos los peces que me he comido, “mi gran
culpa”. Para los demás puede ser una llamada al agua del mar, al origen. Para
mí es llamada a mi país que es sólo costa de un mar desconocido y profundo. Mar
que para todos es agua salada de la que en su mayoría estamos hechos. Agua que
surge del órgano de nuestra visión cuando perdemos algo importante. Pez
metonímico que quedó allí aludiendo a lo que aún no tiene explicación y que me
visita para “anunciar” lo que no puede enunciarse.
[1]
A pesar de que no es el objetivo central de este ensaño entrar en la discusión
sobre el modelo del lenguaje para analizar la pintura quiero mencionar los
aspectos fundamentales en los que los códigos icónicos difieren de los códigos
lingüísticos, según Diego Lizardo Arias en su libro Íconos, figuraciones, sueños. Hermenéutica de las imágenes (2004):
1. la imagen es un tipo particular de signo que se caracteriza por la
concreción, las palabras en cambio denotan objetos genéricos; 2. en las
palabras y los objetos no hay más relación que aquella que acuerda una
colectividad, la imagen en cambio pone en funcionamiento principios de
analogías entendidos como cierta semejanza, aunque no transparentes por lo
menos asociables icónicamente; 3. las palabras se ordenan secuencialmente sobre
el eje del tiempo y las imágenes se articulan sobre el espacio; 4. las palabras
pueden acopiarse, las imágenes son inabarcables en archivos contables; y 5. en
los mensajes lingüísticos es posible reconocer y delimitar con precisión de
cuántos y cuáles unidades significativas están constituidos, en cambio la
imagen se resiste a su delimitación significativa precisa. Todas estas
diferencias sólo valen para las imágenes figurativas referenciales o
naturalistas.
[2]
La representación de esta doctrina de concepción
per aurem fue sustituida por una de la concepción por la fe, y en algún
momento se decidió no hacer referencia a un soplo en el oído en las imágenes
para evitar conflictos entre la Ciencia y la Iglesia en cuanto a la idea de la concepción.
Esto fue mencionado por la Dra. Lucero Enríquez en el coloquio XXXVI del IIE de
la UNAM, a propósito de la obra de Villalpando que se encuentra en la sacristía
de la Catedral de México.
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