Ese recorrido como de fluidos chillones de arriba no es referente de nada y sirvió de guía a la imagen de la derecha. Las formas ahora reconocibles quedaron integradas en una composición gestual, es decir, ya no en una trama geométrica académica, sino en una trama emotiva, una forma de composición orgánica.
Mis visiones se informan con la memoria del cuerpo femenino, lo cual ocurre en un acontecer circular, de manchar/visualizar/pintar, también reducible a un ir y venir entre automatismo y consciencia, en un ejercicio de ir aceptando y dirigiendo las manchas para ir produciendo la imagen que voy reconociendo, o proyectando. Es similar a cómo se construyen los animales tallados en la tradición zapoteca en Oaxaca: “viendo” la figura en los troncos y ramas de copal, la talla en madera que va respetando las formas existentes en la rama, tal cual como me lo contaron en San Antonio Arrazola.
En la imagen superior las dos mujeres las imaginé como en una misión de combatir un virus estomacal: a ellas las vi en las manchas. Y sé que vi eso porque estaba preocupada por alguien muy enfermo del estómago por una bacteria llamada Helicobacter pylori, bastante siniestra. Pensé que sin ser ilustrativa esa imagen retrataría bien esa idea de curanderas que se tiene de las mujeres cuando son madres; entre mágica y empírica.
Mario Bunge, filósofo y físico, hablando de explicaciones teleológicas, dice así: “Nadie parece haber dado argumentos convincentes para poner en duda que el comportamiento consciente del hombre sea finalista o intencional; lo que se discute es si en el nivel vital pueden encontrarse funciones y actividades inconscientes pero dirigidas hacia fines. Lo que no suele negarse es que, en contraste con los procesos físico-químicos, muchas funciones y comportamientos vegetales y animales no son indiferentes al resultado final, sino que ocurren como si estuvieran de algún modo dirigidos hacia él. En realidad, están determinados por los estados inmediatamente anteriores y por toda la historia pasada del organismo, así como por su ambiente; ni los órganos, ni los comportamientos pueden ser determinados por necesidades futuras, aún inexistentes: son determinados, según puede presumirse, por condiciones pasadas y presentes y se adaptan de antemano a las condiciones venideras, aunque no con previsión ni con planeamiento consciente, sino como resultado de una historia de éxitos y fracasos tan prolongada cuanto ciega”.
A menudo ocurre que no sabemos qué estamos haciendo cuando pintamos y en esa incertidumbre estaba cuando encontré ese texto de Bunge. Elucubré que mi método de producción de imágenes podría estar funcionando al modo de un órgano u organismo que realiza las tareas sin tener conciencia de la totalidad o del fin, es decir, podría ser un método orgánico emparentado con los de tipo autorregulado que existen en el cuerpo humano (el corazón, por ejemplo). Siguiendo este argumento, esta manera de crear imágenes estaría dirigida hacia el advenimiento, por llamarlo de alguna manera, de la mujer del futuro. Esto es, si partimos de la historia de la mujer carente de lugar seguro y poderoso en la sociedad, en general. Si pensamos que la mujer aún no tiene lugar porque aún no es la norma que nos eduquemos y decidamos sobre nuestro cuerpo, por decir lo básico, entonces estas pinturas podrían ser una búsqueda en esa “adaptación de antemano”: unas metáforas que apuntan en términos psicológicos y plásticos hacia lo que está por venir.