La
"pieza" de Margolles en la exposición "El rostro de la mujer en
la historia del arte (Un recorrido del siglo XIV al siglo XXI)", en el
museo San Carlos, consiste en un cuarto con cuatro maquinitas que producen
burbujas de jabón. Olía agradable y un letrero decía que el agua de las
burbujas estaba purificada. El sentimiento de fascinación de algo tan sencillo
y las burbujas mismas, ¿cómo se relacionan con el rostro de la mujer en la
historia del arte? ¿Será que las mujeres somos como burbujas y nos rompemos
cuando nos tocan, o cuando pasa el tiempo? Tal vez las burbujas deben verse como
espejos, como varios de los que había en la exposición, que tal vez están ahí
porque todos tenemos rostros de mujer... ¿o un lado femenino?
Claramente
tengo problemas para entender esta obra en el contexto de la exposición. El
nombre de la obra de Margolles es "En el aire" y después de leerlo pienso
que esta artista, muy en la línea de su trabajo, a lo mejor piensa que los
muertos están en el aire. ¿O será que a Margolles la invitaron simplemente porque tiene rostro de mujer? Averiguando en la red leo que la primera vez que se instaló
esta pieza se decía que el jabón de las burbujas estaba hecho con el jabón que
lavan los muertos en la morgue. ¡Por eso la advertencia por la purificación del
agua! Ya lo tengo: el rostro de la mujer es el de la mujer muerta. Pero… ¿sólo
hay muertas en México? o ¿las muertas nos tienen que decir algo? No tengo
argumentos para criticar el hecho de que se toca el tema de los muertos... ¡con
burbujas!
La
verdad es que mi intensión no es criticar la obra de Margolles, que la encontré
divertida y rebelde como una mujer que llega disfrazada de muerta a una fiesta
de gala. Entiendo que la mujer en la pintura es un constructo de hombres y que
eso nos moleste. Hay algo de injusto en esa historia del cuerpo femenino en el
arte. Ellos nos pintaron y se llevaron la gloria. Si se trata de temas de
injusticia es menos injusto y menos relevante que los feminicidios, claro, pero,
¿por eso vamos a dejar de intentar pintar rostros femeninos? ¿Acaso no hay
pintores o pintoras en México que pinten el rostro de la mujer, bien viva y sin
maltratos, en la actualidad?
Creo
que el museo San Carlos podría haber hecho un mejor esfuerzo y ser más
consecuente con el tema del rostro de la mujer en el arte, que es un buen tema entre otras cosas, para analizar el desarrollo de la mujer.
Rescatando uno de los textos de la exposición, que decía que sólo existieron
cuatro subtemas cuando se trataba del rostro de las mujeres en el arte: lo
divino, la sensualidad, lo cotidiano y lo alegórico, entonces, ¿qué tiene que
hacer el telar de Marta Palau en esta exposición? Si las alternativas de nuestra imagen en la pintura son las vírgenes o las desvergonzadas, las madres o las ideas en el aire, el museo responde con telares. No me malentiendan: un telar me puede transportar al sur del mundo y hacer oler un bosque virgen y perfumado.
Voy
a hacer caso omiso de lo irrazonable del diálogo que se pretende en esta
exposición al presentar pintura decimonónica de rostros femeninos junto a
instalaciones conceptuales, o dicho de otro modo, pintores europeos al lado de
artistas mexicanas, las cuales, más que tratar el tema del rostro pareciera que están
ahí porque son mujeres. La buena idea, a la que trataré de hacer justicia y que
no se llevó a cabo por la curaduría, es proponer ejemplos del
rostro de la mujer, en México en la actualidad, para ver si podemos concluir
cosas interesantes sobre las mujeres en la historia y en el arte.
Mónica Castillo, Autorretrato como cualquiera, 1996-1997, óleo sobre tela, 80x70com |
Un
rostro posible para esta exposición es el de Mónica Castillo, el autorretrato
con la cara borrosa, que sugiere importantes preguntas sobre nuestra identidad
como mujeres: ¿Quiénes somos y en qué medida nuestra imagen es identidad
personal? o ¿cuánto de ella es impersonal? Lo genérico se representa como
desfiguración, el rostro no es otra cosa que género femenino. El reconocimiento
personal se desdibuja y da paso al reconocimiento de que somos como cualquier
otra. Surgen ideas de empatía o hermandad entre mujeres, lo que es poco común
en la cultura mexicana. Por otro lado podemos interpretar algo menos bonito: lo
incógnito de nuestras vidas, el anonimato de nuestros quehaceres o la falta de
autoestima de una artista, si lo comparamos con los autorretratos de pintores
que incluyen sus rostros de manera reconocible, como los autorretratos de Frida, por ejemplo, quien como ninguna otra afirmaba
su identidad en su interesante rostro, aunque sin dejar de representar sus propias dudas al respecto, como es el caso del
autorretrato con la cabeza rapada.
Una
diferencia notable entre el autorretrato femenino y el masculino tiene que ver
con el sentido de identidad y su relación con la belleza, a lo cual Frida
agrega no sin dolor, la relación entre belleza y amor: "Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona, ya no te quiero".
Como
pintoras, tenemos que resolver los aspectos plásticos relativos a la imagen de
la mujer que en la historia del arte fueron tratados por hombres, y es
entendible que busquemos otros medios menos hegemónicos para investigar. Pero
para responder la pregunta sobre si hemos avanzado algo en la representación de
la mujer en América latina en cuanto a los valores estéticos impuestos por pintores
europeos, ni la obra de Margolles ni la de Palau, tocan el tema en cuestión: ¿cómo
es la imagen de una mujer en la actualidad, en México?
Daniel Lezama, Ofrenda en la casa del adivino, 2011, óleo/lino, 170x135 |
Daniel
Lezama, tiene una idea fantástica de la mujer mexicana, pero es fantástica
solamente por su entorno ya que su cuerpo es el de la mujer mexicana común,
la que tiene rasgos indígenas, la que acarrea en su sangre la historia de los
pueblos originarios. No es la blanca de alcurnia decimonónica, ni la diva, ni la
divina. Como el autorretrato de Castillo, este rostro de mujer no tiene clase ni posición pero su piel es color canela: la más común de estas tierras. La paleta de Lezama, comprometida
con la raza mestiza, la pinta con su técnica europea no para promover estéticas
elitistas sino al revés: para instalar el color más común de la piel mexicana en el lugar privilegiado que es la tela de un cuadro al óleo. Al situar este retrato
de una mujer “cualquiera” en un paisaje imaginario, no cotidiano, su figura se
yergue con la nobleza de quien tiene la tarea de conciliar grandes fuerzas antagónicas: el pasado y el presente, lo humano y lo divino, la naturaleza y la tecnología.
Dentro
del tema histórico, pero desde la perspectiva femenina, no pueden quedar afuera
Carmen Chami ni Sandra del Pilar, que con sus autorretratos como heroínas y
jugando el juego de los roles, se apropian de la fama y reconocimiento de
valerosas mujeres que dieron la lucha revolucionaria al lado de los hombres.
Carmen Chami, Marcos Serratos como pretexto, 2009, óleo sobre tela, 120x120 |
Carmen Chami, Leona Vicario como pretexto, 2012, óleo sobre tela, 120x120 |
Sandra del Pilar, Vestida de Adelita en el Bahnhofshotel”
en Viena, Austria, 2008, óleo/tela, 150x200
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Estas referencias a heroínas del
pasado se pueden interpretar como una referencia a la relación entre género y poder. Las luchas
en las que participaron estas revolucionarias referidas en estas obras, son
luchas sangrientas, con las armas y los argumentos que ahora nos acosan como
una mala idea que se salió de las manos: quitarle la vida al que no piensa como
nosotros, establecer límites territoriales que luego serán muros de muerte.
¿Cómo es el rostro de la mujer frente a esta historia de sangre? Estas artistas
no sólo están haciendo un rostro de mujer, sino que están abriendo preguntas sobre
la historia del poder.
Sandra del Pilar, ¿Cómo mueren las muertas de Juárez?,
2011, óleo/tela, díptico, 150x200
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Betsabée Romero, Mujeres coronadas, 2012 |
Actualmente todos los museos del mundo están en la línea de
incorporar el arte VIP (video, instalación, performance) favoreciendo comentarios
sobre el arte, y no precisamente maestría pictórica. Se entiende que el museo
no pueda con esta tendencia mundial, pero las consecuencias están a la vista: por un
lado la muestra de arte contemporáneo elegida por el museo para acompañar a
grandes maestros decimonónicos no se ve favorecida (tal vez la obra de Romero
que se destruyó se vuelva a instalar) y por otro, no es posible establecer
conclusiones comparativas, ni diálogo, ni reflexión sobre el tema propuesto,
más allá de ver el arte contemporáneo como un gesto de desprecio y
desentendimiento de los grandes temas del arte. Para no cementar esa conclusión es que hago esta crítica al museo por esta falta de profundidad al planear esta exposición.
Amanda Sage, Ana-suromai, 2012, mixta. |