10.12.12

Taller de pintura con el maestro Marco Aulio Prado







Para este semestre traje tres óleos de 60 x 90 en distintas etapas de bosquejo y los terminé con la ayuda del maestro.
Me parece que es pertinente hablar de la manera en que he trabajado con el maestro Marco Aulio debido a que poco se escribe de esto y los maestros mismos no explican sus procesos de manera que uno pueda saber de antemano de qué se trata la enseñanza de la pintura.
Primero que nada se trata de un asunto que sucede con tiempo. Lo que enseña el maestro es a dejar que con el tiempo uno vea lo que “el cuadro necesita”. En la manera como yo trabajo el cuadro es una relación de elementos y colores que no conozco de antemano. No tengo foto, paisaje, ni modelo que copiar, todo lo voy a inventar. En este proceso entonces hay que ir corrigiendo y armando la relación de la forma y los elementos. Cuando uno pinta una sección, la adyacente cambia en consecuencia y hay que corregirla para que siga habiendo armonía. Pero no siempre uno sabe para dónde se puede mejorar y esto toma años de experiencia. La experiencia del maestro no sólo está en ver aquello que le falta al cuadro, que ya es bastante difícil de mostrar a un alumno, sino que también tiene que saber cómo se corrige y se enriquece la forma y el color. El maestro entonces puede ver el camino y sugerirlo con palabras, luego uno lo ejecuta para comprobar si el maestro tenía razón o no. Incontables veces descubrí que mi pintura se enriquecía con estas sugerencias y si estos 3 cuadros finales aparecen más bellos que otros de mi autoría es por estas sugerencias.
Marco Aulio enseña la manera académica que persigue belleza. La belleza la entiende como armonía, composición equilibrada, en forma y color. Buen dibujo en la base, colores definidos, dominio de la materialidad. No se trata de hacer cualquier cosa de cualquier manera. Hay reglas en las veladuras, cómo y cuando se pone el blanco, cómo y cuando se empasta, se sombrea, se ilumina. Las reglas todas apuntan a la belleza, a lo agradable, a los valores tradicionales de la pintura desde las técnicas decimonónicas hasta las modernas. Hay que aprender a respetar el código de la pintura si uno quiere belleza. El maestro entrega las herramientas para superar lo feo, lo mal facturado, y esa es mi meta, muchas veces. Aunque no esté de moda.
El trabajo de la pintura académica tiene algunas reglas que el maestro las repite una y otra vez: apagar la luz, construir desde lo oscuro hacia la luz, retirarse y mirar desde lejos, equilibrar, armonizar los colores. Corregir, volver a empezar, todo tiene remedio, sin prisas, explorar hasta dominar la forma y el color para que de placer a la vista.



Pintar es una manera de conocerse, de encontrarse. También de educar el ojo a ser sensible a lo bello, a lo estéticamente agradable, para después deshecharlo si uno no está de humor para lo bello. Pero de que existe, existe. Es educar la mano a obedecer la sensibilidad y la inteligencia para no dejar de hacer belleza por falta de conocimiento sino por voluntad.
Por pudor, por la moda aséptica en que se ha convertido la enseñanza del arte en donde el placer y la belleza están castigados de participar, conversar sobre las metáforas de vida que encontramos en el oficio de pintar es cada vez más raro. ¡Gracias, Maestro!

Hay un aspecto en el que no he seguido el camino académico y es en cuanto a la composición. Me parece a mí que para la pintura de lo fantástico que yo hago la composición académica que construye las superficies geométricamente, no es un requisito ineludible. He descubierto que para la producción de fantasía la relación de los elementos en el cuadro pueden surgir a partir de una trama abstracta (un recorrido orgánico, o como de fluidos) que no hace referencia a nada y que su función solamente es la de crear esas guías en donde las formas se pueden apoyar de manera que todo quede integrado y equilibrado. No es un desprecio por la composición académica sino el resultado de una inclusión más íntima entre composición y figuras, porque mis figuras surgen de esta trama en un proceso alucinatorio a lo Matta. No podría yo generar estas figuras si hiciera una trama geométrica, estas figuras no se someten a una trama abstracta sino que son hijas de ella.



Signo icónico, signo plástico, y teoría de las catástrofes para ver tres óleos


Este ensayo es una reflexión sobre los conceptos de signo ícónico y signo plástico descritos por Alberto Carrere y José Saborit (Retórica de la Pintura, Cátedra, España, 2000), dos académicos diseñadores que incursionan en la significación en la pintura desde una revisión de las teorías semióticas. También incluyo una reflexión sobre la lectura de un capítulo de El lenguaje del arte donde Omar Calabrese explica las aplicaciones de la Teoría de las Catástrofes de René Thom. El propósito es analizar mi propia obra desde estas perspectivas.

La comunicación visual, que se llamaba diseño gráfico cuando yo lo estudié en los ochentas, responde a las necesidades de las nuevas tecnologías para crear plataformas de uso, interacción y consumo -maneras “amistosas”  de interectuar visualmente- en los medios y la internet. Así es como los códigos visuales se han expandido sin precedentes en la historia de las artes visuales. Los diseñadores se han visto beneficiados con esta expansión; con esta muy necesitada actualización del diseño a la categoría de comunicación o incluso de arte visual y esto mismo ha complejizado la enseñanza y teorización de la producción visual en los ámbitos académicos. La diferencia fundamental entre diseño y pintura tiene que ver con el asunto de la funcionalidad; cuando esto se olvida se hacen generalizaciones como la siguiente: “la significación sin comunicación es inútil desde el punto de vista de los fenómenos culturales como el arte. Un sistema sin función, sin posibilidad de verificar la eficacia de su uso, la potencialidad que nos permitiría transmitir conocimientos nunca hecha efectiva…”
No se puede metodizar cuando se trata de la pintura: cuando aún es posible que algunos pintores construyan su obra con clarísimas intensiones de comunicación, su eficacia no es posible garantizarla. “La realización del arte: lo que el espectador siente o entiende, la experiencia estética, el surgimiento del sentido” no puede garantizarse de manera transparente en una equivalencia entre intensión del autor y el sentido que le ve el espectador cuando se trata de pintura, y esto se debe precisamente a que los códigos de la pintura son aprendidos culturalmente y las formas pictóricas obedecen a citas y referencias personales, o de una cultura específica o de un conocimiento de la historia del arte que pocos poseen.
A pesar de que un análisis de mi propia obra debiera incluir una explicación de estas referencias, puesto que yo misma las cree, hay aspectos azarosos que no tienen explicación y es por esto que incluso las razones que yo misma presente de mis signos icónicos y mis signos plásticos me parece que hay que tomarlas escépticamente. En vez de tratar de forzar una explicación es más útil analizar y determinar si estos signos están sirviendo un propósito o no. Esto es reconocer que efectivamente existe un proceso de control de la funcionalidad, pero donde la efectividad no tiene que ver con un cumplimiento de un programa personal (como la pintora que quiere hacer un cambio en el espectador) sino con “la eficacia de elementos específicos en la obra que puedan estar viéndose poco naturales, como imposiciones, sutiles o burdas, que por lo tanto irrumpen en la obra, desfavoreciéndola”[1] en cuanto a lo que yo misma me he propuesto hacer. Es decir, no busco efectos en el plano pragmático y a diferencia de cuando hago diseño, no voy a comprobar eficacias de mi obra con el espectador. Me parece que la pintura ofrece precisamente un espacio único, protegido, donde la exploración de las imágenes no necesita cumplir con un programa en la vida real. 

Imagen 1

Partiendo con el análisis de la imagen 1 me parece que el color está en un balance entre fríos (los cuerpos) y cálidos (el fondo) de manera que es demasiado elemental, es decir, que no está problematizada y creo que podría construirse una significación adicional al agregar complejidad a esta relación del color de figuras y fondo. Me parece que este balance frío/cálido está generando una sensación cómoda y fácil, y que otro tratamiento del color podría llevar estas imágenes a un lugar que fuese tan desconocido como los cuerpos ahí presentados. En términos de signo plástico entonces, el color está subordinado a la forma, y me gustaría empujar su protagonismo.
Pensando en lo que podría ser un posible código en mi pintura, que por supuesto sería tan débil y vago como los límites de un soplo de viento y tan blando como la espuma -otra diferencia entre diseño y pintura: el grado de rigidez de los códigos-, creo que es un código estilístico que mezcla lo clásico y lo moderno: lo clásico en el claro-oscuro, la manera de construir la imagen desde el dibujo al sombreado y desde la sombra a la luz por medio de veladuras; y por otro lado es moderno en su  construcción porque parte de unas manchas que son resultado de una base gestual que me sirven para establecer directrices o tramas en el plano desde donde emergen las formas reconocibles. Explicando lo anterior: rechazo las ideas canónicas sobre la composición a base de la geometrización del plano (por ejemplo la sección áurea que algunos aún creen ubicua) para acceder a una composición que surge de lo orgánico, de una fluidez del recorrido del pincel sobre un plano limitado, una construcción gestual inspirada en el recorrido de la mano sobre un campo imaginario de posibilidades corpóreas.
Se trata de un juego entre dos maneras de construir; momentos alternados entre lo clásico del modelado de la figura humanoide y lo moderno en el uso del color no mimético y elementos abstractos o no definidos. La exploración de la forma a partir de un proceso de descubrimiento de cuerpos en las manchas remite a los procesos explorados por los surrealistas y en ese sentido las imágenes que resultan hacen referencia a ese proceso que rompió con las técnicas decimonónicas de construcción mimética, de manera que mis pinturas son algo así como un simulacro de lo onírico, una revisión de la fantasía desde una posición lúdica y por supuesto descreída del programa de Breton de revolucionar la vida.
Efectivamente entonces en mi pintura han quedado relativizadas las dicotomías de pintura referencial/pintura arreferencial, figuración/abstracción, porque las imágenes se construyen en la plena conciencia de que son un diálogo con todo lo que he visto y aprehendido del arte, del diseño, de la gráfica, de los medios, etc. No tengo pretensiones de crear una novedad, aunque aún juego con la idea de que hay pequeñas transgresiones posibles a lo que ya se sabe. Estas transgresiones estarían en el cruce de pintura clásica y moderna, y en la exploración de una estética que se construye desde el cuerpo femenino en conciencia de que, en la historia de la pintura, la estética se ha basado en una mirada masculina.
El iconismo lo entiendo como una cierta semejanza a la realidad, y la realidad presentable en la pintura que no es copia de fotografías, la entiendo como la memoria de todo lo visto y lo imaginado. Hablar de “liberación de la esclavitud imitativa” me parece exagerado siendo que las maneras de imitar fueron y serán siempre invenciones o repeticiones de los inventos de otros. Desde mi punto de vista hablar de liberarse de la imitación es como hablar de liberarse de algo que en principio no existe en la pintura y es bastante cuestionable incluso en la fotografía. Al modo como se habla en el ámbito espiritual hinduista o budista: más bien se trata de darse cuenta de la ilusión que es la mímesis. Me parece que desde esta posición es posible construir una imagen considerando lo plástico y lo icónico sin que sean excluyentes, sin pensarla como dualidad.
Por lo demás ya sabemos que, por ejemplo en la obra de Klee, se admiten lecturas referenciales y no referenciales y hasta parecen sugerir ambas, “siendo esa indeterminación una estrategia en que se basa su poética”. Incluso sabiendo que toda pintura permite eso, entonces la insistencia en la dualidad de signo icónico y signo plástico sólo me la explico para ordenar el diseño grafico que sí tiene que categorizar y separar estos aspectos de lo visual para jerarquizar contenidos y mensajes a favor de una efectiva comunicación.

Imagen 2
A pesar de lo dicho anteriormente, es posible decir que en la imagen 2 el signo icónico me parece que está balanceado con el signo plástico, no lo oculta: el primero surge del segundo. De esta pintura se podría decir que es referencial pero que al mismo tiempo que significa una cosa (un ser emergente) también hace referencia a su propia construcción. Me parece que esta imagen puede aludir a lo que Carrere y Saborit apuntan cuando dicen que “las pinturas se parecen a las cosas no convencionalmente sino naturalmente”. Pero además, y siguiendo con la idea de que no hay necesidad de excluir me parece que esta imagen tiene una relación entre plano de la expresión del signo icónico y el objeto representado que es natural pero que también convencional. Por supuesto que si aceptamos que una representación es una reconstrucción o una copia de, ya no digamos otras obras de arte sino simplemente otras pinturas, afirmando así que en realidad la relación con el objeto nunca puede ser natural sino que siempre será convencional y que esto se aprende culturalmente, entonces también se deshacen las polaridades y llegamos a que lo icónico es una ilusión.
Si nos preguntamos por la naturaleza de ese objeto representado, que en el caso de esta obra es un ser imaginario, entonces no tiene sentido aplicarle una condición de signo icónico cuando no tiene relación alguna con la realidad. Esta imagen también ejemplifica lo que en el ámbito de la literatura se alude cuando se dice que “lo fantástico es la quintaescencia de la literatura”[2] ya que el tema es igual a la esencia del sistema. De la misma manera que Eco sugirió que el iconismo no se trata de tipos de signos, sino de modos de producción de funciones semióticas, la literatura de lo fantástico no se puede catalogar según temas, ya que más bien se trata de un sistema de construcción literaria.
El “procedimientos de figurativización” de mi discurso entonces, que se puede ver en la imagen 2, tiene que ver con la construcción misma de la pintura figurativa, desde el fondo caótico y amorfo, oscuro y orgánico, hacia la luz y la forma asociable a analogías visuales. También hace referencia a la búsqueda de la imagen desde el caos y lo desconocido porque queda representado todo el proceso en la composición. De esta manera el signo plástico va de lo sucio a la diferenciación del color, y la forma ocurre no como recorte o imposición sino en una fluidez a partir del fondo. La textura no tiene protagonismo en mi pintura, y apenas es huella de la pincelada que construye color por transparencia. Nuevamente, esto se puede relacionar a la pintura sobada preferida por los pintores simbolistas y de pinturas religiosas que se enfocan en las ideas en la pintura más que en una experiencia a partir de la materia.
Habiendo dicho lo anterior y mirando el cuadro nuevamente, ahora no veo lo que dije que allí había. No creo que alguien que no sea pintor, por ejemplo, vea el proceso que sirvió a la producción de la imagen y no pienso que yo debiera hacer un esfuerzo para que eso ocurra. La finalidad de mi pintura es la invención de imágenes.

imagen 3

Para la aplicación de la Teoría de las catástrofes, René Thom se unió a Jean Petitot en el contexto del auge de la semiótica y sus pretensiones de explicar todo fenómeno visual. Tomar a Calabrese como referente para entender las posibles aplicaciones de la teoría de las catástrofes, si es que las tiene en algún campo discontinuo (como lo es el arte), me parece inadecuado. Pero si el propio Thom junto con Petitot se aventuraron a proyectar esta teoría sobre el arte, no es siquiera posible criticar a Calabrese por sintetizarnos estas “aplicaciones”. Lo único que queda es resumir las problemáticas que están, vamos a decir, “inspiradas” por la teoría de las catástrofes y que se exponen en el texto de Calabrese para encontrar lo que sirva al esclarecimiento de mi propia producción:
- Con la intensión de encontrar la presencia de conflictos formales o de contenido, entendido como un comportamiento singular en una superficie estable, podríamos decir que los peces rosas de la imagen 3 son exactamente eso: un conflicto.
- Estos mismos peces rosas, sin embargo no son uno, ¿o dos? puntos críticos (lo que llaman lo catastrófico) que se tenga que resolver de dos maneras, que a su vez sean caminos que están presentes simultáneamente, como es el ejemplo de los dibujos de Escher de pájaros y peces. Sin embargo un ejemplo de esta situación sí lo cumple la imagen 2, donde la forma que contiene al ser pueden ser dos o más formas: el conjunto es sin duda una “forma inestable”. No puedo evitar ironizar: ¿es necesaria una teoría matemática para observar esto en una imagen?
Calabrese menciona la supuesta posibilidad de explicar las razones de las variaciones o evolución de una forma artística no limitándose a su evolución histórica.  El análisis puede ser efectuado sobre un principio expresivo (un color, una línea) como sobre la de un principio de contenido (una estructura compositiva o narrativa). Me parece que está diciendo que se podrían explicar los cambios en una forma o motivo en un grupo de obras a partir de los cambios en el plano sintáctico, así como en el plano semántico, sin embargo me parece pretensioso hablar de “razones”. Sólo a los historiadores les interesa explicar las razones de la forma. Yo por mi parte no puedo explicar las que yo hago.
Calabrese tampoco explica (en el texto en cuestión) su razonamiento (en Uno sguardo sul ponte, 1981) para “probar” que el puente es “operador de transformaciones” y “el lugar de catástrofe”, como para que podamos aprender de su ejemplo. Pero entendemos que se ha reducido la obra de varios pintores a un análisis donde los elementos cumplen funciones específicas que respaldan una visión de la superficie en términos de singularidades. Si duda que los paisajes son buenos lugares para hablar de singularidades, pero cuando se trata de retratos, o de lo fantástico, esto parece forzado.
-La función de globalidad está relacionada con el contorno de la obra. Se habla de su estabilidad y que tiene fases de inestabilidad. Así se llega al criterio de homogeneidad de la obra y la relación entre fragmento y contorno. Estos aspectos quedan tan abiertos a interpretación que es casi imposible saber a qué se refiere  Calabrese. Aún así, si lo aplico a la imagen 3, nuevamente pienso que los peces rosas son esas zonas o fases de inestabilidad, donde el color y la forma que es un pez no tienen posibilidad de ser explicadas en relación a este conglomerado de figuras femeninas. Sin embargo me parece interesante que siendo el conglomerado algo ya singular, aún exista la posibilidad de crear otra singularidad sobre la primera.
Si trato de “observar cuál es la relación conflictual (o no conflictual) entre los fragmentos y la totalidad de la obra”, diría que en la imagen 3 es donde más se da esta relación conflictual, en la imagen 2 es menor esa tensión y en la imagen 1 se me ocurre que los conflictos son las formas mismas, es decir hay una serie de conflictos que son de la misma naturaleza y que sin embargo están en una relación no conflictual entre ellos. 
Con respecto a los posibles recorridos narrativos a partir de esa relación diría que nuevamente tenemos tres maneras de tratar los conflictos: en la imagen 1 los conflictos están personificados y no se relacionan; en la imagen 2 el conflicto está en un proceso de dilucidarse pero no sabemos qué ocurrirá, y en la imagen 3 el conflicto en la forma de los peces rosas ha dominado la situación.
Cuando se trata de la relación entre el todo y las partes, en las tres imágenes se presentan figuras y fondos, encarnaciones que flotan, emergen o se disuelven. En la imagen 3 me parece que el fondo que sugiere un paisaje está demás y sería más interesante trabajar una continuidad de las formas hasta el borde del cuadro de manera de explorar con mayor determinación un código abstracto o de trama que sugiera un contexto más complejo o desconocido.
Con respecto a la relación de reconstrucción de la génesis formal de una obra por parte de un espectador hipotético, me parece que esta idea revela las motivaciones de Thom no tanto enfocadas a una apreciación estética de la obra sino a una resolución de un acertijo. Como ya dije, me parece que aunque la composición de mis pinturas obedecen a una génesis orgánica no-geométrica que determina las formas finales, esto sólo ha sido detectado por un maestro de pintura que ha tratado de “enseñarme” la composición clásica por subdivisión geométrica del plano del cuadro.
De las suposiciones de Thom con respecto a la relación entre ciencia y arte, estoy interesada en la búsqueda por parte de la ciencia de una explicación del quehacer artístico. La ciencia hasta puede construir herramientas para buscar explicaciones para mejor entender nuestro mundo. Pero el asunto no es simétrico, y los creativos no buscamos ni necesitamos una justificación de nuestro quehacer en la ciencia. Esta sola pretensión de igualdad de intensiones entre científicos y artistas es una suposición que evade una pregunta que ni con todos los avances en la neurociencia y los modelos matemáticos aplicados a comportamientos se ha podido responder: ¿por qué los seres humanos inventamos imágenes que no sirven para nada? Lo bonito es que esta pregunta es igualmente aplicable a la matemática pura.


[1] Correspondencia con Daniel Lezama.
[2] Del fantástico clásico al posmodernismo, Tesis de Omar Nieto Arroyo, FFL, UNAM, 2008.

30.10.12

Apropiación de Ecce Homo



Ecce femina[1]

Cómo se llega a ser lo que se es

Por qué soy tan sabia

Por qué soy yo tan inteligente

Por qué pinto tan buenos cuadros

Por qué soy yo un destino


Yo soy incluso una naturaleza antitética de esa especie de mujeres venerada hasta ahora como virtuosa. Yo soy una discípula del filósofo Dioniso,
Derribar ídolos («ídolos» es mi palabra para decir «ideales»), eso sí forma ya parte de mi oficio. A la realidad se la ha despojado de su valor, de su sentido, de su veraci­dad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mun­do ideal. La mentira del ideal.

La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral. ¿Cuánta verdad osa un espíritu? Esto fue convirtiéndose cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida.

Para captar los signos de elevación y de decadencia poseo yo un olfato más fino que el que mujer alguna haya tenido jamás, en este asunto yo soy la maestra por excelencia, conozco ambas cosas, soy ambas cosas.
Desde la óptica del enfermo elevar la vista hacia conceptos y valores más sanos, y luego, a la inversa, desde la plenitud y autoseguridad de la vida rica bajar los ojos hasta el secreto trabajo del instinto de décadence. Este fue mi más largo ejercicio, mi auténtica experiencia, si en algo, en esto fue en lo que yo llegué a ser maestra. Ahora lo tengo en la mano, poseo mano para dar la vuelta a las perspectivas: primera razón por la cual acaso únicamente a mí me sea posible en absoluto una «transvalora­ción de los valores.»

¿En qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que una mujer bien constituida hace bien a nuestros sentidos, en que está tallada de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A ella le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no la mata la hace más fuerte. Instintivamente forma su síntesis con todo lo que ve, oye, vive: es un principio de selección, deja caer al suelo muchas cosas.
Ma­nos compasivas pueden ejercer una influencia verdadera­mente destructora en un gran destino… La compasión, como un pecado último, quiere asaltarla y hacerla infiel a sí misma. Permanecer aquí dueña de la situación, lograr aquí que la altura de la tarea propia permanezca limpia de los impulsos mucho más bajos y mu­cho más miopes que actúan en las llamadas acciones desin­teresadas, ésta es la prueba, acaso la última prueba, que una Zaratustra tiene que rendir su auténtica demostración de fuerza.

El resentimiento constituye lo prohibido en sí para la enferma: su mal, por desgracia también su tendencia más natural. Esto lo comprendió aquel gran fisiólogo que fue Buda. Su «religión», a la que sería mejor calificar de higiene, para no mezclarla con casos tan deplorables como es el cristianismo, hacía depender su eficacia de la victoria sobre el resenti­miento: liberar el alma de él, primer paso para curarse. Yo misma, adversaria de rigor del cristianismo, estoy lejos de guardar rencor al individuo por algo que es la fatalidad de milenios.

Se me ha escapado del todo hasta qué punto debía yo ser «pecadora» Asimismo me falta un criterio fiable sobre lo que es remordimiento de conciencia: por lo que de él se oye decir, no me parece que sea nada estimable.
El ateísmo yo no lo conozco en absoluto como un resultado, aun menos como un acontecimiento: en mí se da por supuesto, instinti­vamente. Soy demasiado curiosa, demasiado problemática, demasiado altanera para que me agrade una respuesta bur­da. Dios es una respuesta burda, una indelicadeza contra nosotras las pensadoras; incluso en el fondo no es nada más que una burda prohibición que se nos hace: ¡no debéis pensar!

La mejor cocina es la del Piamonte (y la de México)…El agua basta… Estar sentada el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire li­bre… El problema del lugar y del clima… un desacierto en la elección del lugar y del clima no sólo puede alejar a cualquiera de su tarea, sino llegar incluso a sustraérsela del todo: es falta de finura de instintos en asuntos climáticos.

–El maldito «idealismo»– es la auténtica fatalidad en mi vida, lo superfluo y estúpido en ella,
¡Las escépticas, el úni­co tipo respetable entre el pueblo de las filósofas, pueblo de doble y hasta de quíntuple sentido!

Yo estimo el valor de hombres, de razas, por el grado de necesidad con que no pueden concebir a Dios separado del sátiro.

Nosotras no podemos ser otra cosa que revolucionarias, nosotras no admitiremos nin­gún estado de cosas en que domine la santurrona.
Para la tarea de una transvaloración de los valores eran tal vez necesarias más facultades que las que jamás han coexistido en un solo individuo, sobre todo también antítesis de facul­tades, sin que a éstas les fuera lícito estorbarse unas a otras, destruirse mutuamente. Jerarquía de las facultades; distan­cia; el arte de separar sin enemistar; no mezclar nada, no «conciliar» nada; una multiplicidad enorme, que es, sin em­bargo, lo contrario del caos, ésta fue la condición previa, el trabajo y el arte prolongados y secretos de mi instinto. Su alto patronato se mostró tan fuerte que yo en ningún caso he barruntado siquiera lo que en mí crece, y así todas mis fuerzas aparecieron un día súbitas, maduras, en su perfección última. En mi recuerdo falta el que yo me haya esforzado algu­na vez, no es posible detectar en mi vida rasgo alguno de lucha, yo soy la antítesis de una naturaleza heroica. «Que­rer» algo, «aspirar» a algo, proponerse una «finalidad», un «deseo», nada de esto lo conozco yo por experiencia pro­pia.

Estas co­sas pequeñas –alimentación, lugar, clima, recreación, toda la casuística del egoísmo– son inconcebiblemente más importantes que todo lo que hasta ahora se ha considerado impor­tante. Justo aquí es preciso comenzar a cambiar lo aprendi­do. Las cosas que la humanidad ha tomado en serio hasta este momento no son ni siquiera realidades, son meras ima­ginaciones o, hablando con más rigor, mentiras nacidas de los instintos malos de naturalezas enfermas, de naturalezas nocivas en el sentido más hondo; todos los conceptos «Dios», «alma», «virtud», «pecado», «más allá», «verdad», «vida eterna». Pero en esos conceptos se ha buscado la grandeza de la naturaleza humana, su «divinidad».

Mi fórmula para expresar la grandeza en la mujer es amor fati [amor al destino]: el no-querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aun menos disimularlo –todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario– sino amarlo.

La palabra «supermujer», que designa una óptima constitución, en contraste con las mujeres «buenas», con las cristianas y demás nihilistas, una palabra que, en boca de Zaratustra, la ani­quiladora de la moral, se convierte en una palabra muy digna de reflexión, ha sido entendida casi en todas partes, con total inocencia, en el sentido de aquellos valores cuya antítesis se ha manifestado en la figura de Zaratustra, es decir, ha sido entendida como tipo «idealista» de una especie superior de mujer, mitad «santa», mitad «genia».  

Voy a añadir ahora algunas palabras generales sobre mi arte del estilo. Comunicar un estado, una tensión interna de pa­thos, por medio de signos, incluido el tempo [ritmo] de esos signos, tal es el sentido de todo estilo; y teniendo en cuenta que la multiplicidad de los estados interiores es en mí ex­traordinaria, hay en mí muchas posibilidades del estilo, el más diverso arte del estilo de que una mujer ha dispuesto nunca. Es bueno todo estilo que comunica realmente un es­tado interno, que no yerra en los signos, en el tempo de los signos, en los gestos –todas las leyes del período son arte del gesto. Mi instinto es aquí infalible. Buen estilo en sí; una pura estupidez, mero «idealismo», algo parecido a lo «bello en sí», a lo «bueno en sí», a la «cosa en sí». Dando siempre por supuesto que haya oídos, que haya mujeres capaces y dignas de tal pathos, que no falten aquellas mujeres con las que es lícito comunicarse. Por ejemplo, mi Zaratustra bus­ca todavía ahora esas mujeres –¡ay!, ¡tendrá que buscarlas aún por mucho tiempo! Es necesario ser digna de oírla. Y hasta entonces no habrá nadie que comprenda el arte que aquí se ha prodigado: jamás nadie ha podido derrochar tan­tos medios artísticos nuevos, inauditos, creados en realidad por vez primera para esta circunstancia. …

Que en mis escritos habla una psicóloga sin igual, tal vez sea ésta la primera conclusión a que llega un buen lector, una lectora como yo la merezco, que me lea como las buenas filó­logas de otros tiempos leían a su Horacio.
La Circe de la humanidad, la moral, ha falseado moralizado– de pies a cabeza todos los asuntos psicológi­cos hasta llegar a aquel horrible contrasentido de que el amor debe ser algo «no-egoísta».

No hay que sustraer nada de lo que exis­te, nada es superfluo; los aspectos de la existencia rechaza­dos por los cristianos y otros nihilistas pertenecen incluso a un orden infinitamente superior, en la jerarquía de los valo­res, que aquello que el instinto de décadence pudo lícitamen­te aprobar, llamar bueno. Para captar esto se necesita coraje y, como condición de él, un exceso de fuerza: pues nos acer­camos a la verdad exactamente en la medida en que al coraje le es lícito osar ir hacia delante, exactamente en la medida de la fuerza.

«El decir sí a la vida incluso en sus problemas más extraños y duros; la voluntad de vida, regocijándose en su propia inagotabilidad al sacrificar a sus tipos más altos, a eso fue a lo que yo llamé dionisiaco, eso fue lo que yo adiviné como puente que lleva a la sicología del poeta trágico.

Yo soy la primera inmoralista.
Se inicia… en una trans­valoración de todos los valores, en el desvincularse de todos los valores morales, en un decir sí y tener confianza en todo lo que hasta ahora ha sido prohibido, despreciado, maldeci­do.

 ¿Qué sentido tienen aquellos conceptos-mentiras, los conceptos auxiliares de la moral, «alma», «espíritu», «voluntad libre», «Dios», sino el de arruinar fisiológicamente a la humanidad? La pér­dida del centro de gravedad, la resistencia contra los instin­tos naturales, en una palabra, el «desinterés» –a esto se ha llamado hasta ahora moral.

El concep­to de revelación, en el sentido de que de repente, con indeci­ble seguridad y finura, se deja ver, se deja oír algo, algo que lo conmueve y trastorna a una en lo más hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos. Se oye, no se bus­ca; se toma, no se pregunta quién es el que da; como un rayo refulge un pensamiento, con necesidad, sin vacilación en la forma; yo no he tenido jamás que elegir. Un éxtasis cuya enorme tensión se desata a veces en un torrente de lágrimas, un éxtasis en el cual unas veces el paso se precipita involun­tariamente y otras se torna lento; un completo estar-fuera-de-sí, con la clarísima consciencia de un sinnúmero de deli­cados temblores y estremecimientos que llegan hasta los de­dos de los pies; un abismo de felicidad en que lo más do­loroso y sombrío no actúa como antítesis, sino como algo condicionado, exigido, como un color necesario en medio de tal sobreabundancia de luz; un instinto de relaciones rítmi­cas que abarca amplios espacios de formas, la longitud, la necesidad de un ritmo amplio son casi la medida de la vio­lencia de la inspiración, una especie de contrapeso a su pre­sión y a su tensión. Todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tempestad de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder, de divinidad. La involuntariedad de la imagen, del símbolo, es lo más dig­no de atención; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es símbolo, todo se ofrece como la expresión más cercana, más exacta, más sencilla. Parece en realidad, para recordar una frase de Zaratustra, como si las cosas mis­mas se acercasen y se ofreciesen para símbolo
Ésta es mi expe­riencia de la inspiración; no tengo duda de que es preciso retroceder milenios atrás para encontrar a alguien que ten­ga derecho a decir «es también la mía.»

La que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo. Esto es el concepto mismo de Dioniso.
En cómo el espíritu que porta el destino más pesado, una tarea fatal, puede ser, a pesar de ello, el más li­gero y ultraterreno -Zaratustra es una danzarina.

Después de haber quedado resuelta la parte de mi tarea que dice sí le llegaba el turno a la otra mitad, que dice no, que hace no: la transvaloración misma de los valores anteriores,

Yo soy la primera que ha descubierto la verdad, debido a que he sido la primera en sentir –en oler– la mentira como mentira. Mi genio está en mi na­riz. Yo contradigo como jamás se ha contradicho y soy, a pesar de ello, la antítesis de un espíritu que dice no. Yo soy una alegre mensajera como no ha habido ninguna otra, co­nozco tareas tan elevadas que hasta ahora faltaba el con­cepto para comprenderlas; sólo a partir de mí existen de nuevo esperanzas. A pesar de todo esto, yo soy también, necesariamente, la mujer de la fatalidad. Pues cuando la verdad entable lucha con la mentira de milenios tendremos conmociones, un espasmo de terremotos, un desplaza­miento de montañas y valles como nunca se había soñado. El concepto de política queda entonces totalmente absor­bido en una guerra de los espíritus, todas las formaciones de poder de la vieja sociedad saltan por el aire; todas ellas se basan en la mentira: habrá guerras como jamás las ha habido en la Tierra. Sólo a partir de mí existe en la Tierra la gran política.

En el fondo, son dos las negaciones que encierra en sí mi pa­labra inmoralista. Yo niego en primer lugar un tipo de mujer considerada hasta ahora como el tipo supremo, las buenas, las benévolas, las benéficas, yo niego por otro lado una especie de moral que ha alcanzado vigencia y dominio de moral en sí, la moral de la décadence, hablando de ma­nera más tangible, la moral cristiana.
La cristia­na ha sido hasta ahora el «ser moral», una curiosidad sin igual y en cuanto «ser moral» ha sido más absurda, más mendaz, más vana, más frívola, más perjudicial a sí misma que cuanto podría haber soñado la más grande despreciadora de la humanidad.
Que se aprendiese a despreciar los instintos primerísimos de la vida; que se fingiese mentirosamente un «alma», un «espíri­tu», para arruinar el cuerpo; que se aprendiese a ver una cosa impura en el presupuesto de la vida, en la sexualidad;
Esta única moral enseñada hasta aho­ra, la moral de la renuncia a sí misma, delata una voluntad de final, niega en su último fundamento la vida.
El descubrimiento de la moral cristiana es un acon­tecimiento que no tiene igual, una verdadera catástrofe. Quien hace luz sobre ella es una force majeure [fuerza mayor], un destino, divide en dos partes la historia de la humanidad. Se vive antes de él, se vive después de él.
 ¡El concepto «más allá», «mundo verdadero», inventado para desvalorizar el único mundo que existe… para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea! ¡El concepto «alma», «espíri­tu», y por fin incluso «alma inmortal», inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar –hacerlo «san­to»–.




[1] Ecce Homo es la última obra de Nietzsche y contiene cuatro géneros: autobiografía, panegírico (discurso), reseña literaria y polémica filosófica. Combate la falsedad de la amenazante moralidad cristiana, los delirios de grandeza alemanes de una superioridad cultural, y las aseveraciones de Verdad de los filósofos. Ecce Homo está escrito a ratos en prosa, poesía, filosofía y profecía. Esta obra contiene según una innovadora lectura de Nicholas D. More todos los elementos para considerarla como una sátira.  La sátira es una manera de combate para acercarse y comunicar verdades que están concebidas como enemigas del bienestar personal. La sátira también combina coraje (bravura) con un cierto grado de liviandad y astucia; esto previene que nuestra heroica tarea se vuelva demasiado seria, nos da una distancia emocional, y nos entretiene mientras el autor desenmascara y enfrenta al serio enemigo. Dice More: “Nietzsche entendió el terrible peligro de la muerte de Dios, nuestro precario lugar en el mundo, y el nihilista prospecto de un mar semiótico sin horizonte. También enfrentó su vida llena de abandono, dolor y pérdidas. Pero encontró una terapia efectiva. La sátira hizo que todo su arte filosófico fuera posible, porque aprendió a escribir según Horacio: di lo que es serio riéndote. ”
Pensando en una manera de acercarme a este texto haciéndole justicia al espíritu de una sátira, voy a citarlo en primera persona femenina. No porque citarlo en femenino constituya lo satírico sino porque necesitaba representarlo teátricamente o al modo de un acto poético. Esta manera de citar el Ecce Homo está también en concordancia con la filosofía de Nietszche de derribar ídolos. Siendo Nietszche un ídolo, le toca entonces su dosis de mordacidad. Como no es posible en poco tiempo aludir a todos los aspectos de esta obra, me enfoqué en los que se podrían relacionar con la artista, con la visión del artista que tanto influyó las vanguardias.