¿Cuerpos fantásticos?
En mi tesis propongo que el arte fantástico tiene por lo menos tres modos de constituirse: por medio de retratos de seres irreales; por relaciones irreales entre seres y entre objetos, como por ejemplo cambios de escala; y por una mezcla de las dos anteriores. La obra de Ron Mueck pertenece a la fantasía que es tal por cambio de escala. Algunos de los gigantes y personajes chiquitos con los que Mueck realiza este simulacro de cuerpos humanos, me dejan pasmada. Seguramente así deben haber quedado los que vieron por primera vez un cuadro con perspectiva renacentista, un cuadro de Hölbein por ejemplo. Pero, ¿cómo puedo decir que es arte fantástico si las diferencias de escala no ocurren dentro de cada escultura? es decir, no existe una sólo obra de este autor que contenga dos figuras en distinta escala. Una explicación posible para mi poco lógica aseveración es ésta: la ecuación se arma porque las esculturas de Mueck nos implican de tal manera que nos volvemos parte del cuadro, es decir, no somos diferentes de los personajes representados: nuestros cuerpos y las esculturas están en el mismo mundo y por lo tanto, antes de que nos demos cuenta, llegamos a una conclusión visceral: en la sala hay gigantes y hay seres chiquitos, ¡de verdad!
La mujer en la cama
Empequeñecí y estoy frente a una mujer en la cama mirándola como cuando uno mira algo que nunca había visto antes. Y no me refiero a la escultura de Mueck, sino a la mujer como un ser vivo. La mujer en la cama es un ser espectacular, tan complejo, súper “elaborado”. Desde esta perspectiva filosófica que se impone por el cambio de escala surgen muchas preguntas interesantes como las que apuntan al problema de la creación. Conocemos de memoria las fosas nasales, los dedos, los brazos, el pelo de un ser humano, pero ¿sabemos por qué son así?, nosotros no las creamos así, no es nuestro diseño, entonces ¿quién las hizo? Si me dejo llevar, la fascinación por la representación de Mueck se funde con la fascinación por la obra que es una mujer. Las formas del ser humano son un misterio y estamos ante un paisaje sublime.
Estar frente a esta escultura me hizo ver una mujer desde un punto de vista alterado, nuevo y casi mágico: una perspectiva fantástica. Quién sabe si por estar en esa frecuencia de pensamiento o visión que propone Mueck, observé a la gente mirando la muestra. ¡¿Cómo no voltearse a ver a los otros?! Y observé que muchos en el museo estaban mirando a través del lente de su cámara. A parte de que obviamente es un contrasentido transformar las obras de Mueck a una imagen digital bidimensional, me llamó más la atención ver el contexto de cultura visual[1] en ese momento: la mirada virtual, la que ve pero que no ve “realmente”. La mirada consumidora, que quiere llevarse algo de esta experiencia, que piensa que vale más la pena quedarse con una foto que disfrutar al máximo la experiencia única de ver seres humanos de otra escala, los cuales mientras más miramos con nuestros ojos, únicos y orgánicos, más nos hacen pensar en cosas que sólo se piensan en la intimidad: ¿quiénes somos y quién hizo nuestros cuerpos? ¿Qué nos anima? ¿Por qué estamos aquí y para qué?
Mueck viene del oficio de producir fantasía visual para el cine. Es un perfeccionista de la representación obsesivamente realista. Es como si asistiéramos a una feria de curiosidades, sin embargo estas esculturas nos muestran mucho más que una simulación o una estupenda mentira y se encuentran en los terrenos de las obras sublimes. En el arte posmoderno también existe esta corriente y Frederic Jacobson hace mención a esta experiencia de la cultura del capitalismo tardío con la denominación de lo “sublime histérico” y dice así: “nuestra duda y vacilación momentáneas ante el aliento y calidez de estas figuras de poliéster (refiriéndose a las estatuas de Duane Hanson como “Museum Guard”) se extiende a los seres humanos reales que se mueven a nuestro alrededor en el museo, transformándolos también a ellos, por un breve instante, en simulacros muertos y de pigmentación carnosa. El mundo pues, pierde momentáneamente su profundidad y amenaza con convertirse en una piel lustrosa, una ilusión estereoscópica, una avalancha de imágenes fílmicas sin densidad. Pero esta experiencia ¿es ahora terrorífica, o es jubilosa?”[2].
La similitud con los humanos se nos viene encima. Las formas y las texturas son demasiado similares: ver el pollo es darse cuenta de lo que no vemos cuando comemos pollo. Humanos y pollos tenemos dos pies, dedos y uñas; tenemos muslos, huesos y poros; tenemos cabeza y dos ojos; podemos estar muertos o vivos. Y sin embargo a un ser humano no se lo cuelga de esa manera ni menos para comerse ¿o sí? ¿Es esto maltrato? ¿Es posible que lo que hacemos con los animales sea inmoral o una cuestión no ética? ¿Quién dice que otro animal, con muchas cosas parecidas a los humanos, pueda ser tratado así? Ah pero claro, se me olvidaba: la Biblia dice que los animales están ahí para nuestro consumo.
El contraste del pollo colgando con los dos enormes cuadros decimonónicos, religiosos y oscuros que hay en la misma sala del museo San Ildefonso, es bastante desconcertante. Dos siglos de separación existen entre estas dos manifestaciones creativas. Todas las libertades de expresión ganadas por el individuo contemporáneo para terminar en un pollo desplumado listo para consumirse me hacen pensar por un momento que no hemos avanzado nada. Pero es sólo un momento, porque este pollo gigante es sublime, es bello, y es significativo. La muerte del pollo para consumo humano es un tema que inquieta a los que nos preguntamos por nuestra relación con los animales. Me imagino que esto no es tema para muchos y el pollo de Mueck es sólo un pollo increíblemente real, un chiste también y este maravillarse de un trabajo de mímesis es todo lo que entienden que es el arte, quedándose así en el mismo lugar de contemplación en que se está cuando se miran los cuadros de esa sala.
La mirada al arte contemporáneo es una mirada que tiene que pensar, cuestionar, que discute con el artista. Exige más que una respuesta pasiva como la que acepta las enseñanzas del catecismo católico a través de las imágenes en las paredes del museo.
La pareja acostada
El realismo me transporta a un mundo fantástico y me hace sentir que en cualquier momento esta pareja se va a mover. O van a hacer el amor o van a ponerse a conversar de porqué ya no hacen el amor. La sensación es igual a estar viendo una película que muestra una pareja que está despierta en la cama, y tener la seguridad de que en algún momento se moverán. Con esta alteración de la percepción (dado una espectadora crédula) Mueck continúa la tradición de los grandes maestros del pasado.
Hay dos referencias a Jesús en la cruz, el bebé pequeñito en la pared y el hombre en el flotador en la pared/piscina. A lo mejor fue el entorno lo que me hizo pensar en Jesús aunque esa no era la intensión del artista, pero en el video de la exposición el autor manifiesta su interés por los íconos cristianos y las representaciones de los bebés en el arte religioso. Es totalmente posible que haya querido hacer una referencia a Jesús pero no alcancé a ver una relación que apuntara a alguna idea concreta. Ocurre lo mismo con otras obras en donde no se produce una transformación de la percepción, (el negro con una herida, la mujer con las ramas en la espalda) y es con esas obras que me entró la duda sobre si Mueck es o no un artista cuyo mensaje esté a la par con su asombrosa capacidad de reproducción de la realidad.